DIARIO DE VIAJE: al Norte.
“No quiero viajar. El que viaja no hace suyo lo que ve”. Manuel Vilas
Cuarto día, miércoles, veinticuatro de abril de dos mil veinticuatro (1)
… Me desperté en el Hotel de Santander, a las 6:15 de la mañana.
Dormí inquieto, no sé por qué. Me tendría que levantar a las siete, pero no me apetecía (tampoco seguir en la cama). Mientras iba y venía desde la incertidumbre al desánimo, mirando al techo y dejando que el sol marino penetrara ya por el ventanal, me dije que sería el último viaje que haría solo; pero, en el colmo de la más insoportable contradicción que me persigue a todas horas haciéndome muecas risibles, mi rechazo al solipsismo viajero no es porque me vaya mal viajando solo, o porque quiera viajar con alguien, que no, que no es eso; simplemente es que me canso de mí mismo, ni siquiera sonrío en todo el día y como peor. Lo que me hace sospechar que realmente es porque ya no quiero viajar. El mundo externo me da cada día más igual, sí, porque allá donde vaya, lo que vea, será pasto de olvido enseguida, cada vez antes y antes.
Tengo que pensarlo.
A lo largo de mi vida he hecho muchos viajes solo, todos con el mismo formato: unos días (máximo de doce a quince) deambulando por distintos sitios. En los años ochenta, por Castilla León, Granada, Almería, Sevilla, Ibiza, en fin, por muchos lugares de la península. Algunos fuera del país, como Marruecos, Egipto y Túnez. Nunca disfruté de verdad de los viajes en soledad.
Me arrastraba de un lado para otro, generalmente triste y cansado sin estarlo. Luego, treinta años de viajes con Naty (larga neutralización a la soledad). Estos tuvieron una textura más vívida y memorable.
Los viajes con compañía deseada perviven mejor en la memoria sensible, porque, no solo recuerdas las propias vivencias, sino, también, las que te llegan de la otra persona y entonces se convierten en memoria amplificada. Audición musical estereofónica.
¿Qué ocurre cuando la persona con la que has viajado desaparece de tu vida? Estoy experimentando eso ahora. Todavía no lo tengo claro, pero intuyo, indicios voy sintiendo, que cuando dos personas se alejan la memoria de lo compartido se desvanece infinitamente antes. No hay guardián de la memoria, solo agentes patógenos del olvido.
Ahora, en estos dos últimos años, llevo realizados solo en torno a ocho. Hay momentos, cuando encuentro lugares bellos que mi tono vital sube y la satisfacción crece. Pero, es un destello que enseguida se extingue porque no ha propiciado un diálogo, sino tan solo un soliloquio en torno al fulgor de lo visto y sentido. Las sensaciones no compartidas (onanistas, todas, por definición), languidecen súbitamente y a veces ni siquiera nacen, luego es imposible que se desarrollen y maticen.
Y en esto, después de reflexionar sobre mis experiencias y sensaciones viajeras, arrullado por la pereza y la comodidad de la confortable cama donde había dormido, decidí levantarme porque ya eran más de la siete. Eso hice…
La Fotografía: Detalle de la exposición de Enrique Enríquez, en el Casino de Santander, de la que hablé hace unos días y que tanto me gustó. Son tres obras que, metafóricamente, pueden ilustrar o al menos sugerir, mundos extraños para personas solas que se funden en escenarios desconocidos que pueden encontrarse viajando. Me identifico, gestual y emocionalmente con los protagonistas de las pinturas, tan reconcentrados y perplejos como yo en pleno viaje. Hasta una de las pinturas representa a dos personajes que se convierten en uno.