DIARIO DE VIAJE: al Norte.
“…delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano…”. José Ángel Valente
Séptimo día, sábado, veintisiete de abril de dos mil veinticuatro (y 3)
Epílogo
… En los viajes de pequeño formato que traigo aquí no busco nada en especial, salvo recorrer algunos sitios de un modo tranquilo y romper la odiosa sensación de inmovilidad vivencial que me acomete frecuentemente. Parto en busca de la belleza y el arte en los lugares donde habite, pero sin sobreactuar. Recurro a lo más fácil, lo que está al alcance de cualquier turista, que a fin de cuentas es lo que soy.
¿Qué lugares son esos? Las ciudades, sus celebradas arquitecturas y apartados lugares de público acceso: voy de iglesia en Iglesia, de catedr en catedral, de monasterio en monasterio, de colegiata en colegiata, de castillo en castillo y de museo en museo…
En los enclaves religiosos, los más habituales en mi deambular cansino, no espero encontrar a Dios (no me hace mucha falta porque estoy muy atendido por mis demonios); pero en esos templos o ermitas lo que sí encuentro son espacios sorprendentes, silenciosos y evocadores de otro tiempo y otras experiencias existenciales, impregnados todavía de rezos y anhelos. Jesucristos tenebrosos y antiguos, traspasados de dolor, colgados en paredes ásperas y sombrías; imágenes de vírgenes, santos y ángeles, a veces de facturas toscas y remotas en el tiempo; y otras de una delicada técnica artística gótica, renacentista o barroca. Majestuosas construcciones o humildes cenobios de clausura.
Ciudades de calles porticadas y sabor ancestral. Castillos en ruinas en escarpados y resecos montículos. También paisajes estimulantes y dignos del mayor cuidado fotográfico.
Con eso me basta, no siento la necesidad de implicarme en gestos y actitudes intrépidas; tampoco encontrar pintoresquismo o personas que coloreen mi experiencia, que siempre es y será discreta, invisible, más bien.
Así ha sido este último viaje al norte, silencioso (no he hablado con nadie); a ratos con el estado de ánimo estabilizado y en otros momentos preso de una cierta ansiedad, pero sin llegar nunca a las palpitaciones o insuficiencia respiratoria. Este viaje bien (a ratos no) porque he alcanzado, en ocasiones, la máxima intensidad estética y fotográfica a la que ahora puedo aspirar. Cuando termino un viaje siempre me pregunto si lograré hacer alguno más (por ahora, siempre lo consigo), porque solo puedo contar con mis fuerzas y en esas, no confió demasiado.
La Fotografía: Santiago el Mayor y San Juan. Apostolado de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. En los viajes, a veces, me asalta la belleza y solo queda rendirse… y fotografiarla.