DIARIO DE UN CONDENADO 9
“El horizonte retrocede a medida que avanzamos por la vida… hasta que el horizonte deja de retroceder…”. Ralph, el anciano protagonista de la película That Good Night, de Eric Styles.
Martes, dieciséis de julio de dos mil veinticuatro
Solo me quedan dos amigos con los que hablo regularmente (mediante móvil, tiempo para vernos ya no tenemos, y ganas menos aún).
Con el que hablé ayer por la tarde, después de pasar revista al desastroso estado de cosas o circunstancias que muerden como serpientes venenosas, y refiriéndose a las mías, aunque él pudiera verse también reflejado (supongo), dijo, que tendría que ir asumiendo la rendición definitiva e incondicional.
Hoy, por la mañana, el otro ha dicho exactamente lo mismo.
Que yo traduzco, como imagen física, en cerrar ventanas y puertas, correr las cortinas, y esperar en la semipenumbra a que todo acabe. Aprender a ser un corcho y que encima te guste.
Con las tres únicas mujeres con las que mantengo contacto ahora (Naty, por razones de parentesco extinto; Marisa, mi prima, por razones de parentesco vigente y también ciertas afinidades; y Mariola, una antigua amiga a la que no veo desde hace más de treinta años), de eso no hablo en versión cruda. Con Mi Charlie, tampoco. Y ya está, no hay nadie más, salvo mi hijo, pero esa es otra conversación.
No sé cómo lo haré. Me rompo el culo y la cabeza cada día intentando aplicar una fórmula más o menos automatizada y rutinaria que me haga pasar el trance sin dolor y el tiempo como si tan solo fuera una tregua pasajera.
Anoche vi una mala película, pero de alto interés psicológico y existencial para mí (por eso la vi), That Good Night, en la que un gran John Hurt, escritor de éxito se está extinguiendo por edad y enfermedad (Hurt tenía 76 años en el momento del rodaje, y para mayor verismo se murió en el mismo año del estreno, 2017), y, ridícula e inverosímilmente, está casado con una mujer treinta y dos años más joven, interpretado por Sofía Helin, que en el momento del rodaje tenía 44 años.
Me fijo mucho en las edades reales de los actores para establecer una cierta relación con la edad de los personajes que escenifican. Creo que es importante para mejor entender lo que veo.
La situación planteada me interesaba, primero porque el autor pretende contarnos el proceso de un decaimiento fatal de un hombre de intensa vida creativa. La manera de afrontar la vejez en su última fase; pero, sin embargo, me creó un grave malestar el artificio de relacionar vejez y juventud, forzada y artificial, en el plano sentimental. Me parecía una grave falta de respeto para ambos personajes y lo que representaban. Pero bueno, eso formaba parte de la imaginación del autor, o tan solo era fantasía. Eso da igual ahora.
Tangencialmente aparece el dilema de la eutanasia, que, si bien era pertinente, está tramposamente planteado. La profundidad del dilema de morir ahora o morir después, pero de mala manera; se queda en fuego fatuo.
En el colmo del arrepentimiento, por una supuesta crudeza en el tratamiento de la vejez y la enfermedad, por parte de Míster Styles (director); convierte al personaje, un misántropo de pura cepa (Hurt), en un dulce abuelito babeante y memo hasta la náusea ¡qué puto asco, por Dios!
La Fotografía: Un inmenso John Hurt, que encarna a un hombre que parecía que Sí, y que finalmente devino en un No rotundo (personaje fallido), supongo que se debió sentir maltratado porque lo convirtieran en un viejo chocho haciendo muecas babeantes a un nietecito llegado sin necesidad y que nada aportaba a la historia, salvo estupidez, y precisamente en su penúltimo papel en el cine.