COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 50.1
“Crusoe cree en la justicia suprema, posee unas creencias religiosas estables y coherentes, no siente tentaciones sexuales y actúa según una eficiencia máxima…” (estudio de James Joyce, sobre Robinson Crusoe, Wikipedia).
Martes, veintitrés de julio de dos mil veinticuatro
Ayer, terminé el día viendo una película comercial que no había visto, precisamente por eso, por creer que era comercial (podría hacer una interminable guía de mis prejuicios). Una de mis tareas que me ocuparían el resto de mis días sería desprenderme de los pesados prejuicios; aunque, si me los quito de encima, qué quedaría de mí: un miserable charquito de agua, es decir, nada, y entonces tendría que volver a construir otros para así conseguir un nuevo contorno de una cierta solidez. El caso es que la película no era tan comercial (léase bajo interés y superficialidad, es decir, cosa facilona para espíritus poco exigentes) porque tiene momentos interesantes y bien rodados: cuando el náufrago hace de náufrago. No así en tierra firme, con novia y luego exnovia, porque claro, ella se casa con otro mientras que el náufrago tiene que trabajar en lo suyo y no lo espera (es mujer, a fin de cuentas). El náufrago, muy bien interpretado por Tom Hanks, parecía que había nacido para ser náufrago, profesión difícil, por cierto.
El naufragio es un poderoso y universal tema de preocupación existencial para el ser humano ya que está inscrito en el subconsciente como metáfora aciaga de la supervivencia en soledad absoluta, para lo que el ser humano no está ni creado ni preparado. Daniel Defoe lo trajo literariamente al mundo de lo posible, o incluso Buñuel, que hizo una película que me gustaría mucho ver (no recuerdo haberla visto), porque convierte la supervivencia en un diálogo filosófico entre Martes (antes viernes, con Defoe) y Crusoe. Versión lógica ya que desde la soledad solo es posible sobrevivir a través de la disquisición metafísica, que es lo que hacemos los náufragos urbanos. También los rurales (yo lo fui, más o menos). Si no tienes contacto con lo humano real y sexual solo te queda la filosofía para explicarte la mala suerte. La película aporta una metáfora engañosamente anecdótica: Hanks convierte un balón de la marca Wilson en su imprescindible compañero, con el que habla y casi es capaz de perder la vida por recuperarlo. Parece gracioso, pero no lo es en absoluto, es trascendente y dramático.
He escrito algo más hoy, sobre los prejuicios, pero no mezcla bien con esta primera parte, así que para no liarnos lo he dividido en dos entregas, la siguiente, mañana…
La Fotografía: Territorio náufrago, expresiva y perfecta escenografía (la foto es analógica, nada de IA, porque entonces no la había), aunque Hanks llegó al difícil trance desde un avión. Sin embargo, Crusoe llegó a ser historia en un barco parecido al de la imagen.