2 AGOSTO 2024

© 2011 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2011
Localizacion
Ventas Peña Aguilera (España)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD SFX 200
Copiado máximo en soporte baritado
2
Copias disponibles
1
Fecha de diario
2024-08-02
Referencia
4797

LOS DÍAS 47
“El espacio, se funde al igual que la arena se escapa entre los dedos. El tiempo se lo lleva y no me deja más que pedazos sin forma (…). Escribir es tratar meticulosamente de retener algo, de hacer que algo de todo esto sobreviva: arrancar algunos pedazos precisos al vacío que se forma, dejar, en alguna parte, un surco, una huella, una marca o un par de signos”. George Perec
Martes, treinta de julio de dos mil veinticuatro

He salido a caminar temprano, oyendo a Pla que, en este momento del relato del Cuaderno gris, no sabe qué hacer con su vida. Está a punto de terminar la carrera de derecho, pero la detesta. Es imposible que pueda dedicarse profesionalmente a la abogacía. Un contertulio, hombre sabio ya (tiene 38 años), le dice que solo puede ser escritor, pero que todavía no sabe el oficio, que tiene que empezar por aprender y para empezar debe foguearse escribiendo gacetillas. Pla, toma buena nota de la sabia y ponderada recomendación y por lo que sabemos que fue su vida, es lo que hizo. Con brillantez, por supuesto.
No hay mejor suerte en la vida que alguien sabio te conozca bien, y al mundo, y sea capaz de visualizar donde encajarías porque tú, naturalmente, no lo sabes todavía.
En mi niñez nadie me dijo nada; en mi juventud tampoco y después menos, aparte que ya se me había pasado la edad. Es absolutamente lógico que nadie pudiera entrever en mí alguna cualidad especial, sencillamente porque nunca la tuve. Y si ha existido ha sido el secreto mejor guardado del planeta y del género humano. Yo ni siquiera la intuí nunca. Tengo un curioso recuerdo de mis seis años, ni uno más ni uno menos, seis exactamente, y fue cuando mi primera maestra, la que me enseñó a leer y escribir le dijo a mi madre, seriamente (mi madre, después me lo dijo y yo lo guardé en la memoria para siempre, como un tesoro), -pepito, podrá hacer en la vida lo que quiera-. Ahora me suena a frase enigmática, esotérica (quizá aquella mujer era una iluminada, una profetisa de designios incumplidos), o es que estaba de broma. Pero claro, además, es que fue muy imprecisa, porque yo nunca averigüé lo que podría hacer más o menos bien, luego no hice nada. Esa mujer, si no hubiera sido una aficionada, habría podido decir -pepito está destinado a ser artista porque tiene una sensibilidad especial- pongo por caso; y entonces con esa mistérica visión yo habría organizado mi futuro y me habría matriculado en una escuela de artes, por ejemplo, porque habría estado orientado. Pero no, que va, todo ha sido en mi vida a trancas y barrancas, a tontas y a locas, improvisando todo el tiempo, sin vocación, ni inteligencia ni sabiduría. Me habría gustado volver a encontrarme con esa mujer, cuando en la adolescencia, ya había probado todos los matices del fracaso y preguntarle: ¿señorita (así llamábamos a las maestras en aquella época) y ahora qué hago? No me habría respondido, seguro, porque lo que dijo diez años antes había sido, simplemente, para quedar bien. Son curiosas las convenciones de relación y comunicación humanas, lo que para aquella mujer fue simplemente una frase de cortesía, que olvidó inmediatamente, yo la he guardado amorosamente en mi memoria siempre, hasta hoy mismo, es más, morirá conmigo.
Está bien, ya lo sé, hoy no se me ocurre nada de lo que escribir. Cuando eso sucede, improviso, dejo que sea el contacto de mis dedos con el teclado quien decida lo que escribo. Mañana, veremos a ver qué pasa.
La Fotografía
: No sabía qué foto convocar hoy, dado la desorientada ambigüedad del texto de la entrada, pero, sin costarme demasiado he recordado que en mi más tierna infancia la realidad más constante y firme en mi vida eran las piedras que yo percibía, tal vez con poca imaginación, con una materialidad sólida, consistente, real. Pisaba las piedras, me escondía detrás de ellas, jugaba entre ellas, las ponía nombre y algunas, de superficies planas a nivel de la tierra me resultaban especialmente sugestivas, pegaba la oreja porque me parecía oír rumores en el fondo de sus entrañas y pensaba que escondían tesoros que me estaban destinados y que algún día descubriría. Recuerdo donde están todas ellas, y cuando termine este texto, si estuviera vivo, y sin nada qué hacer (nunca tengo nada que hacer), me iría a fotografiar ahora mismo las piedras del tesoro; pero no lo hago porque ya he muerto (algunos no tienen noticia de su muerte porque les ha pillado pensando en otra cosa; a mí, sin embargo, lo ha hecho en plena consciencia). Por eso he fotografiado tantas cosas sin aparente sentido, porque ya vislumbraba que más adelante, muerto ya, me harían mucha falta, para sobrevivir en el limbo. Quizá esa ha sido mi única habilidad o talento, adelantarme al tiempo cuando ese tiempo ya no exista.

Pepe Fuentes ·