LOS DÍAS 49
“La timidez, hermana de la melancolía y la comodidad, fue en vida el atributo más arraigado del señor Artemidoro”. Ángel Olgoso
Viernes, dos de agosto de dos mil veinticuatro
Por la mañana, a las diez, he vuelto al zapatero a recoger mi zapato reparado (8 €), solo se trataba de pegar la suela. No sé, lo mismo me ha cobrado de más (no he regateado). En principio y por principio confió en los profesionales, luego me arrepiento porque cuando lo pienso dos veces me veo obligado a recriminarme porque tanta elegancia y consideración por mi parte me sale carísimo. Sí, y lo digo, no por el zapatero (escasa cuantía), sino porque cuando he llegado a mi casa me he encontrado con la factura final de las reparaciones recientes en la casa, que han supuesto en torno a 2000 € más de lo que tendrían que haber sido, y todo por confiar en el profesional que en vez de entrar por la puerta se coló por la ventana, y nosotros (Naty y yo), por confiar en él (le conocemos hace casi treinta años), pero por encima de todo, por ser elegantes (los dos lo somos), hemos pagado un sobrecoste abusivo. Eso es ser tontos, pero sobre todo es debido a que pensamos que la gente es tan elegante como nosotros, y no, que va, suelen ser de una grosería insoportable. Enseñanza: trato exquisito y especial, tan solo con personas de extrema confianza y comportamiento contrastado; a los demás, como mucho, se les dan las buenas tardes y se les invita a que se esfumen porque si se quedan un rato, te cobran más de la cuenta. Ni que decir tiene que una vez cerrado definitivamente ese asunto, esos profesionales no pisarán nunca más nuestra casa.
Estoy bastante enfadado. Pero, debo reconocer mi culpa: por timidez y excesiva comodidad me he visto engañado y esto no puede ser así a estas alturas de mi vida; ni echándole la culpa a mi espíritu melancólico e indiferente hacia las cosas prácticas y materiales.
Ni ganas me han quedado de escribir sobre nada, pero el tiempo corre, los días apremian y esto va de un día, una entrada…
La Fotografía: Hoy, pues no sé, porque no le veo la metáfora visual al cuento. Sí, tal vez un San Sebastián (trasunto de mí mismo) asaeteado por los agentes de la realidad más prosaica, inelegante y delincuente.