COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 51 Y 2
“El poder no corrompe a los hombres; los tontos, sin embargo, si entran en una posición de poder, corrompen el poder”. George Bernard Shaw
Domingo, cuatro de agosto de dos mil veinticuatro
… A mediodía, mientras como, veo otra serie, documental en este caso, sobre Donald Trump, sí, porque me he dicho que ya está bien de ocultarme detrás de los dichosos prejuicios (como dije hace unos días, haré una revisión por si consigo quitarme algunos). Donald Trump puede que sea el político más denostado del mundo, su figura se asocia a una especie de automatismo: Trump igual al demonio, a excrecencia humana, a inmoralidad y corrupción personal y política absoluta (hasta de fascista y machista parece que le acusan). Todo eso está muy bien, me dije, pero yo, realmente no sé nada de Trump, así que me acercaré al individuo, aunque solo sea a través de una serie documental de tan solo cuatro capítulos, de casi una hora cada uno. Hasta la mitad del segundo capítulo (sus inicios y juventud), nada de lo que vi ofendió a mi sentido estético o ético (es casi lo mismo). Eso sí, parecía un hombre muy pagado de sí mismo (rasgo cargante y abrumador), pero con asombrosas y atrevidas iniciativas empresariales que le permitieron hacer negocios espectaculares en la década de los ochenta. Era el momento propicio, Reagan estimulaba a los estadounidenses para que hicieran negocios y fueran emprendedores. Riqueza para todos (para unos más que para otros, absolutamente inevitable para que la maquinaria se mueva). Trump, en ese sentido, fue hijo de su época.
Pasé del capítulo dos al tres e inmediatamente al cuatro, y todo en un mismo día: ayer, ayer.
La buena predisposición con la que había comenzado a observar al personaje, por darme el gusto de desmontar un prejuicio y en este caso no solo mío, sino universal, comenzó a diluirse, a descomponerse como materia orgánica blanda en ácido sulfúrico. No, no era solo por su supuesto machismo, que al menos hasta un cierto momento no estaba tan claro; por ejemplo, dio mucho margen e independencia en la dirección de algunas áreas de sus negocios a su primera mujer, Ivana, especialmente en el casino Taj Mahal; y la reconversión del hotel Commodore, que sacó de la bancarrota y convirtió en el Grand Hyatt, la dirigió una mujer. Luego, en las dos décadas siguientes cambió de mujer dos veces, primero Marla, y finalmente Melania (2005). En este aspecto, naturalidad absoluta, sin entrar en matices que aquí no importan. Simplemente se enamoraba y se desenamoraba y cambiaba de mujer, en eso, como cualquiera (eso hacen también las mujeres sin que haya que denostarlas por ello). Otra cosa muy distinta es el acoso sexual del que le han acusado sistemáticamente, y que la serie no aborda. En el capítulo tres y cuatro la imagen de Trump se oscurece tenebrosamente porque se puede ver como miente descaradamente y como sus deudas aumentan de un modo grosero porque no siente la necesidad de pagarlas (actitud claramente inmoral). La serie acaba antes de que accediera a la presidencia de EE.UU., que consiguió en 2016.
Finalmente, he vuelto a colocar el prejuicio en su sitio (que ya lo es menos porque he dedicado cuatro horas de mi vida a intentar conocer un poco al tipo). La manera de ser y estar en el mundo de ese hombre me ha desagradado profundamente. En las cuatro horas de serie nada de lo que dice, ni ninguno de sus valores o estilo personal (a pesar de que siento una gran simpatía o afinidad con los principios ideológico-liberales que supuestamente el defiende), me han agradado. Mi rechazo y antipatía es por mostrarse y ser un tipo moral y estéticamente primario. El único valor que le impulsa es su ego, su desmesurada vanidad y su soberbia. Es un hombre carente por completo de elegancia y sutileza. Era tan feo él y todo lo que le rodeaba, al menos en esta serie, que me resultaba imposible verlo comprensivamente. No creo que haya mejorado.
Me parece que la entrada de hoy se me está yendo un poco de las manos, el calor aumenta en mi patio y la cabeza coge más temperatura de la conveniente (se me va a achicharrar la neurona). Tanto se me ha ido que ayer empecé con un minúsculo y oscuro despacho de zapatero en el polígono industrial de Toledo y hoy he venido a terminar en Las Vegas.
La Fotografía: No, no es Nueva York, ni tampoco Atlantic City ciudades donde Trump hizo espectaculares negocios con casinos y hoteles; no, es el casino Venezia, de Las Vegas, ciudad que contiene por doquier la estética que Trump cultivó y cultiva (el sentido de la estética es ética y dura toda la vida) con auténtica pasión; la estética del feísmo y el capitalismo más hortera y grosero, una fealdad expuesta sin prejuicios, sin pudor y con ostentación, con chulería y con la soberbia exhibicionista por la que el dinero y solo el dinero es el único valor tangible y contrastado al que puede entregarse el género humano sin sombra de culpa. Un tonto solemne que actúa con diabólica y peligrosa inteligencia. A Las Vegas, Naty y yo, fuimos en dos ocasiones, en 2006 y 2008, y no fue porque nos fascinara tanto que necesitáramos repetir, simplemente, la segunda vez nos pilló de paso camino a otro sitio. Quedamos muy impresionados por Las Vegas, cómo no, ya que procedíamos de una ciudad de provincia manchega. Y, lo más lamentable, en mi caso, fue que no acerté a crearme una opinión, un criterio sobre lo que vi. Solo fui, vi y volví, y entre medias hice algunas fotos como la de hoy, y ya está, no hubo más.