DIARIO DE UN CONDENADO 10
“Tras un largo silencio: Hay que quedarse ahí, donde no hay pronombre, ni solución, ni reacción, ni una posible postura que adoptar…”. Samuel Beckett
Lunes, cinco de agosto de dos mil veinticuatro
Fin de semana con voto de silencio, sin pretenderlo.
Mi silencio ha sido absoluto y eso no ha significado que me haya sumido en profundas reflexiones sobre mí y lo que no me sucede en mi vida, porque, entonces, el fin de semana habría sido también de llanto. No está mal reunirme conmigo mismo a tratar las cosas del alma, repasar los “sinremedios” que me acompañan y que a veces duelen. Tal vez es un modo de conocerme mejor y administrarme antídotos falibles.
No sé.
El problema del silencio absoluto no es el hecho en sí, que carecería de importancia como circunstancia puntual e incluso habitual, sino que suele venir acompañado de una sensación de inevitabilidad e invisibilidad, y ambas cosas son malas de por sí.
No hace falta que explique por qué, las palabras definen por sí mismas.
Sí, ambas condenan, no son opciones libremente elegidas, son un fatal devenir que muta en sentencia. Ahora ya a perpetuidad.
La Fotografía: Samuel Beckett (Gabriel Byrne), hablando consigo mismo (como yo) en un diálogo en el que las palabras retumban en la catacumba. Beckett, finalmente, en su madurez, no se aceptó a sí mismo. Nadie puede hacerlo hasta el final, cuando todas las sombras rencorosas del pasado se revuelven y se ciernen sobre uno mismo sin compasión.