LOS DÍAS 51
“Breñosos, crudos, estériles, los cerros que ciñen a Toledo…”. José Ortega y Gasset
Martes, trece de agosto de dos mil veinticuatro
Llevo dos meses sin subir a la ciudad así que hoy, animosamente, he decidido hacerlo, bueno, más bien la he circunvalado por el interior, con la vista puesta en el río inmóvil, exhausto, sin fuerzas para avanzar. El nivel del agua había bajado dos metros, como mínimo.
Mi ciudad se puede circunvalar en su lado sudeste, por fuera o por dentro, con el río como frontera entre un lado u otro, entre el caserío situado en el promontorio y los ásperos cerros abiertos al paisaje que la rodean. El río abajo, en la sima, entre piedras vertiginosas, cortadas limpiamente. A mí me gusta más la visión desde dentro, con la ciudad a la espalda y los cerros de frente. Elijo esta última posibilidad: lo abierto al frente, lo cerrado detrás. Puede que esa predilección obedezca a mi habitual estado de ánimo melancólico que siempre busca alguna luz en la que fijarse, a una actitud deseada ante la vida, o a nada en absoluto. No sé, en verdad digo, que no sé lo que soy, si blanco, gris o negro. Quizá no soy nada.
He cerrado la circunvalación como siempre, saliéndome por la tangente, es decir, cortando por lo sano, cruzando y atravesando calles sin más. Tengo que reconocer una sensación inesperada que suponía que no ocurriría nunca y es que mi ciudad, a medida que yo me contraigo ella se ensancha a mi mirada. Se engrandece en la misma proporción que yo empequeñezco. Probablemente llegará un día en el que me dará miedo callejear o rodearla como hoy porque excederá con mucho el tamaño de mi espíritu y mi impulso, será excesiva y grandiosa para un pobre hombre debilitado que avanzará con pasitos cortos y titubeantes. Entonces, en ese momento, la ame para siempre como una meca a la que reverenciar. Quizá la vejez sea la única edad en la que tenga sentido adorar y creer en lo que es grande. Tan solo sería cosa de proporciones, no tanto del alma como de tiempo y espacio.
Hoy, en mi paseo me he cruzado con varios hombres pequeños y lentos. He sentido una gran tristeza por ellos, y al mismo tiempo, también por mí.
Mi diario está en crisis, casi cierro las entradas poco antes de que aparezcan publicadas. Avanzo sin aliento, como el río que lo hace a duras penas, sin ganas. No sé si llegaré a fin de mes con este asuntillo del diario. Puede que sí, puede que no. Todo dependerá de que encuentre vivencias que me apetezca contar y me sienta motivado para hacerlo.
La Fotografía: Mi desgana es infalible y puntual. Hoy, por ejemplo, ha acudido y claro, no ha pasado nada, salvo mi paseo por fuera y por dentro de la ciudad, bueno, perdón, ha sido en todo momento por dentro (el río se había quedado fuera). Había pensado en llevarme la cámara, pero no lo he hecho, por pereza. He hecho fotos, pero con el móvil. Suficiente. Esta es una de ellas, de los Molinos de Daicán con la ermita de Santa María de la Cabeza arriba, en el cerro.