COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 54
«Las novelas de Elena Ferrante me han tenido atado al sillón, leyendo y celebrando unas páginas donde la emoción nunca es banal: el dolor y la alegría de sentirse vivos están ahí para que el lector los haga suyos». Juan Marsé
Sábado, diecisiete de agosto de dos mil veinticuatro
Otro fin de semana… que no sé por qué tienen una significación especial en el discurrir de mis días sin sustancia. Debe ser un trasunto de la memoria, de cuando era obrero sin producir nada (tuve una vida laboral improductiva y, asombrosamente, ni siquiera me despidieron, aunque me invitaron a que me fuera amistosamente). Después, siguió lo mismo, pero ya no tenía a dónde ir, así que aquí sigo, sin despedirme a mí mismo, aunque ganas no me falten, aguantándome sin nada qué hacer.
La semana ha transcurrido sin ninguna vivencia significativa, por no suceder ni siquiera he tenido a Mi Charlie conmigo (lo he recogido hoy por la mañana). Pasaremos, ambos, primero el fin de semana, solos y callados; la semana que viene igual, solos y callados. Aunque, somos muy expresivos (más él (estrepitoso) que yo (contenido) cuando nos reencontramos con gran alegría siempre).
El que permanezcamos callados y solos no nos hace infelices (a ratos sí), tan solo más conscientes (ambos adoptamos posturas y gestos de gran profundidad interior). Parecemos pensadores, el de lo suyo y yo de lo mío.
En estos días, yo al menos, estoy viviendo una experiencia literaria arrebatadora, apasionada, como hacía mucho tiempo que no me sucedía (lástima que no pueda compartirlo con Mi Charlie para así comentar la plena satisfacción y gozo que me está procurando la escucha). Soy un lector irregular porque suelo tener lapsus de atención y eso sucede cuando lo que leo me aburre un poco (cada vez me aburren más cosas, aunque me interesen).
Con la escritura de Elena Ferrante soy capaz de concentrarme todo el tiempo que me dedico a escuchar su obra capital: Dos Amigas, compuesto por una absorbente tetralogía: La amiga estupenda (2011); Un mal nombre (2012); Las deudas del cuerpo (2013); La niña perdida (2014); todas de un tiempo aproximado de escucha de en torno a 16 horas. Esta magnificente obra, curiosamente, se publicó cuando la autora tenía sesenta y ocho años y, la última de la saga, cuando tenía setenta y uno. Prodigioso vigor a una edad (la mía) en la que yo tan solo soy capaz de escribir una modesta entrada de diario, y decreciendo cada hora que pasa.
La obra tiene una narradora: Elena Greco (una de las dos amigas); y un vibrante personajazo, Raffaella Cerullo (llamada Lina o Lila), y a su alrededor una pléyade de secundarios (diez familias y unos cincuenta personajes, salvajes todos) que componen un fresco de la realidad social de Nápoles e Italia de los años sesenta.
En mi apasionada lectura gracias al estilo único de Ferrante, hay un motivante especial, y es la hechizante personalidad de Lila, que me tiene absolutamente enamorado. Se da la circunstancia que todas las noches me duermo escuchando la novela (si no la escucho me desvelo, pura adicción), unas horas después, entresueños, apago el Ipad pero han pasado varios capítulos con lo que tengo que volver atrás. Me paso los días yendo y viniendo cautivo y emocionado (enamorado) entre las páginas de Elena Ferrante.
La Fotografía: Qué hace una fotografía del mar, evocador, aunque casi conceptual, en una entrada como hoy, tan aferrada a una realidad urbana y tan humana, con unos personajes de una carnalidad abrumadora; pues sí, tenía que ser precisamente esta fotografía porque es del mar de Nápoles, donde se bañaban Lenú, Lila y sus amigos.