DIARIO DE UN CONDENADO 11
Un cuentecito: ¿florecen las orquídeas en los eriales?
Lunes, diecinueve de agosto de dos mil veinticuatro (toma 1)
Ayer no fue un buen día, no, no lo fue, por nada en especial; simplemente no me salió bien. Por la tarde, o fue por la mañana, ya no lo recuerdo, escribí una entrada de diario apocalíptica que apareció publicada ayer, martes. Una exageración de entrada, pero no por eso menos real. Sí, porque hablo de los viejos, de los que hemos sido expulsados del mundo. Nadie piensa en nosotros, salvo para amontonarnos como molestas excrecencias. Si lo que vertí en ella lo llevara a sus lógicas consecuencias, tendría que desaparecer del mundo de los vivos con un suicidio de opereta, pero no lo haré, y menos todavía porque lo digan ellos, quienes quieran que sean, aunque esa posibilidad nunca es descartable para nadie, incluso para mí tampoco.
No, no lo haré porque aún me quedan cosas que escribir aquí e intentar disfrutar de mi tiempo amargo, contándolo, simplemente porque disfruto haciéndolo (me da igual que alguien lo lea o no, esa no es la cuestión).
Cada día empiezo a caminar por la delgada línea divisoria entre depresión sí; depresión no; depende si me desvió a la izquierda o a la derecha; pero nunca me deprimo verdaderamente porque no soy un depresivo, y si lo soy es fugazmente. Solo soy un luchador que pierde todas las batallas (vivencialmente represento la épica del perdedor, un asco de mito por sobrevalorado).
Que nadie que pueda seguir este diario (yo incluido), cuando digo depresión se lo crea del todo, puede ser una impostura o una exigencia del guion, pero eso solo lo confesaré hoy y no lo repetiré nunca más. En el futuro seré depresivo o no, y lo diré cuando me venga en gana, faltaría más. Es mi innegociable prerrogativa.
Cuando lo diga seré sincero porque soy capaz de sentirme desoladoramente deprimido, aunque en el fondo no sea verdad, pero eso nadie podrá asegurarlo, ni siquiera yo.
En el colmo de mi banalidad no soy capaz de sentir nada verdaderamente: ni amor, ni desamor; ni pasión, ni frialdad; ni unas cosas ni otras, a pesar de ser ridículamente emotivo. A veces pienso que soy un boniato, con una exagerada fragilidad y suspicacia (me puedo sentir ofendido por cualquier cosita de nada) …
La Fotografía: Mi versión vieja, que guardo en un rincón de mi casa y lleva años acompañándome. De vez en cuando la saco para airearla y convertirme en ella, y después, fotografiarla.