DIARIO DE UN CONDENADO 11
Un cuentecito: ¿florecen las orquídeas en los eriales?
Lunes, diecinueve de agosto de dos mil veinticuatro (toma 2).
… Sigo con Lenucha, Lila, Nino, los Solara, Enzo, Antonio (estos son los personajes más interesantes de Dos amigas), y con todos los demás, de la mano de una escritora majestuosa, única: Elena Ferrante. Si leo concentrado y con avidez es que todo está bien en mi vida y no necesito nada más.
No sé cómo me irá la semana, bueno, en realidad sí lo sé. No pasará nada, probablemente no hable con nadie. Antes del advenimiento de mi vejez arrasadora, siempre hablaba con alguien, con poca gente, es verdad, pero nunca faltaban personas, y siempre, todos los días de mi vida, con mujeres, cada día, la mía y con otras, aunque con la mía ya me iba bien. Luego, cuando me contagié de la pandemia universal (la vejez), las mujeres se fueron. A las mujeres no les gustan los hombres viejos y a nosotros no nos gustan las mujeres viejas (a mí no, desde luego). Es ley de vida, de la naturaleza misma. Hay que asumirlo, ese problema no tiene otra solución que la aceptación, resignada o sufriente, es igual, el resultado es el mismo.
A la provecta edad los hombres y las mujeres solemos vivir solos, en nuestros cubículos silenciosos (o juntos, pero también en silencio), desvencijados y polvorientos. Moriremos así, solos, aunque nos mudemos a esos centros que llaman –residencias de la tercera edad- que no deja de ser un eufemismo de lo que en verdad son: -amontonamiento de excedentes que esperan su traslado al tanatorio-. Por cierto, ahora los tanatorios son más asépticos, sobrios y hasta elegantes. Mejor.
Vuelvo al asunto nuclear de la vida humana: el sexo contrario, o si se prefiere complementario, a fin de cuentas, en la tradición judeocristiana Eva fue creada de Adán (las mujeres creadas de los hombres, y el feminismo todo, a la mierda). No, no soy sensible a esas sutilezas y discriminaciones antropológicas y menos aún religiosas.
A veces me da por pensar, sobre todo mirándome, porque al no haber sido especialmente inteligente ni instruido, que soy la medida de todo lo que entiendo como humano, y en consecuencia que la medida para el hombre es la mujer (para mí sí, desde luego), y viceversa (a pesar del soliviantado feminismo).
Claro, esa ecuación se desbarata un poco con la existencia de la homosexualidad. No puedo seguir esa variante porque mentalmente no doy mucho de mí, pero, sobre todo, porque tendría que contar con la aportación filosófica y existencial de un homosexual (hombre o mujer), y no conozco a ninguno. Lo que está claro (creo), es que la sexualidad es la piedra angular, la clave de bóveda de la vida humana (tendría que haber leído más a Freud para entender mejor ese enigma). Ya estoy perdiéndome otra vez… seguiré mañana con la toma 3…
La Fotografía: “Nada rebaja y envilece tanto como dejar de ser amado”. Pascal Quignard