DIARIO DE UN CONDENADO 11
Un cuentecito: ¿florecen las orquídeas en los eriales?
Lunes, diecinueve de agosto de dos mil veinticuatro (toma 4).
… Como suelo escribir frecuentemente, a estas alturas descreo de las soluciones que se puedan buscar y encontrar fuera del centro mismo del propio ser, a pesar de que reconozca mi debilidad y asuma mis insuficiencias y necesidades. También niego las terapias o tratamientos paliativos, aunque estos dulcifiquen o reduzcan el dolor.
Tengo una fastidiosa edad crítica, en la que, aunque parezca que sí, que ya ha llegado el momento de la rendición incondicional y del alejamiento de la manada, como los elefantes, para adentrarme en la experiencia del bien morir (estoy hablando de la suprema dignidad); todavía no siento ese estadio de desprendimiento y ligereza que debe proporcionar la ausencia de necesidades, deseos o pasiones. Quizá llegue dentro de un año, o tal vez dos, como mucho, al perfecto nirvana; pero por el momento todavía no.
A partir de esa incómoda constatación me he sentido perdido y aquejado de un persistente malestar en estos últimos años.
Como mi inteligencia y mi cuerpo ya apenas me cunden y no me dan margen de maniobra, lo único que se me ocurrió, hace tiempo ya, fue una inútil simpleza: inscribirme en una página de contactos para encontrar a una mujer entre todas las mujeres (cuando elegimos a una excluimos a todas las demás y eso es dramático y doloroso), con la que reproducir el formato de la vida en compañía que tan buen resultado me había dado toda mi vida, hasta que todo acabó.
Poco después llegó el fatal contagio de la pandemia universal (vejez) y ya fue tarde para todo.
El empeño de la democrática solución ha resultado absurdo e imposible, aparte de ridículo. Entre tantas mujeres como pasan por las pantallas de mis dispositivos me ha sido imposible encontrar a la mujer, ese no es el camino para un propósito tan agónico e íntimo. La democracia no vale para casi nada si necesitamos eficacia, y para las cosas del querer y el desear, mucho menos. No me ha podido ir peor, hasta una narcisista perversa me encontré en ese erial silencioso, que me hizo la vida imposible durante demasiado tiempo.
El modo de actuar de las mujeres en ese espacio es una absoluta paradoja ya que no se mueven, están quietas, en estado letárgico, en un eterno periodo de hibernación inanimado. Me pregunto si son reales o ficticias. Solo hay fotos, datos biográficos escuetos y probablemente falsos y desiertos de silencio que si intentas atravesarlos mueres consumido por la sed.
Quizá es que esas mujeres calladas están asustadas, desmotivadas o tan solo utilizan ese servicio en parte como lo hago yo, para crearme la falsa ilusión de que hago algo sin hacerlo realmente. Sospecho que ninguno, ni las mujeres ni yo, queremos que pase algo porque, en definitiva, para qué, si ya nada será verdad ¡qué cansancio, qué pereza, por Dios!
O una alternativa mucho más degradante: «Los administradores tienen que crear perfiles falsos como cebo para que solitarios con pocas luces suelten la pasta». Juan Gómez-Jurado
No tengo ni idea de la posible verdad de todo ese montaje; solo sé que para mí ha resultado radicalmente fallido, y peor todavía, frustrante…
La Fotografía: “… y sin embargo la búsqueda de ese amor no cesa nunca. Es la gran aventura de la existencia, la única aventura que tiene sentido”. Manuel Vilas