DIARIO DE UN CONDENADO 11
Un cuentecito: ¿florecen las orquídeas en los eriales?
Lunes, diecinueve de agosto de dos mil veinticuatro (toma 6)
… Una vez constatado el grado cero de resultados desde hace tiempo, y antes, es decir, nunca los he tenido; he decidido un último intento, y juro por todos los dioses del olimpo que será el último, porque, a fin de cuentas, la necesidad de contacto con mujeres tampoco es para tanto. Intuyo que eso solo habita en un imaginario propio pervertido por convencionalismos y prejuicios (tengo que pensar seriamente en eso).
A lo mejor lo único que busco, entre unas cosas y otras, es que pase este tiempo intermedio e indefinido (solo en mi fuero interno) hasta que por fin acceda con naturalidad y resignación, sin atisbos de rebeldía como ahora al tan deseado Nirvana (eufemismo memo de la muerte en vida).
Uno de mis colegas de las Cenas Raras, me habló de que él había contratado a una intermediaria para encontrar a una mujer con quien entenderse, sí, una especie de agencia (en internet aparecen varias), pero en su caso se trataba de una mujer sola como agente visible.
En principio no consideré esa opción (me parecía el colmo de la impotencia) y pasó el tiempo, hasta que este hombre me dijo que estaba teniendo citas con posibles candidatas a ocupar su corazón (eso es imposible, me parece); a cambio de pagar a la intermediaria, claro (nada es gratis, y mejor que sea así, más aséptico y profesional).
Reflexioné, sin apenas esfuerzo, y llegué a la conclusión que el asunto era tan sencillo que no podía obviarlo: cuando no sabes hacer algo, o es muy difícil, o está fuera de tu alcance, recurres a profesionales. Puro sentido común: un cáncer lo lógico es que te lo trate un oncólogo, con ellos existe una remota posibilidad de que te salves (aunque claro, lo más probable es que te mueras igual), o, al menos, dures algo más, precariamente, claro. O que el coche te lo arregle el mecánico, por ejemplo.
Con esta fórmula tan propia y propicia para los tiempos que corren (mundo digital, redes, IA), lo primero que hay que neutralizar, sobre todo la gente aquejada de la pandemia universal es el prejuicio, ya que, a lo largo de toda nuestra vida hemos ligado a cuerpo limpio, con nuestros encantos y habilidades y otra cosa nos parece antinatural y hasta pecaminoso.
Pero claro, llega un momento que ni encantos, ni escenarios propicios, ni miradas eléctricas cargadas de deseo, ni confianza en el género humano ni en uno mismo, ni nada de nada y, por si fuera poco, el ser hijo de la era analógica es un serio hándicap.
A un viejo como yo solo le queda una única solución, pensé: la asepsia y eficacia de los profesionales y cuanto más digitalizados mejor… nada de soluciones democráticas: barullos y jaleos en espacios públicos, como antes; para mí, eso, ya es imposible: cositas tan remotas como: “No hay como el calor/Del amor en un bar…”. Gabinete Caligari), cayeron en el agujero negro del tiempo irrescatable…
La Fotografía: “El amor todo lo puede. El amor es una de las impotencias de la razón. Pero ya lo dijo Strindberg, “el mundo es una mierda”, lleno de hombres y mujeres despreciables”. Angélica Liddell