28 SEPTIEMBRE 2024

© 2024 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2024
Localizacion
Riaza (Segovia)
Soporte de imagen
-DIGITAL 160
Fecha de diario
2024-09-28
Referencia
10511

LOS MICROVIAJES
A Segovia: día 2 y 8
Sábado, treinta y uno de agosto de dos mil veinticuatro

… Poco antes de llegar a Sepúlveda, vi un indicador que informaba que me encontraba en el entorno de las Hoces del Duratón; ah, me dije, qué bien, voy a ver físicamente las famosas hoces de las fotos; una ingenuidad por mi parte, porque donde estaba era en una especie de reserva natural y para llegar, seguramente, tendría que seguir una estúpida e interminable senda de varios kilómetros terriblemente incómoda, de subidas y bajadas incesantes ¡un rollo! No obstante, me adentré por una endiablada vereda durante dos kilómetros, en la que me encontré con senderistas que tan poco me gustan, con sus palos y todo. Fue la gota que colmó el vaso, me insulté por tonto y senderista incompleto y me di la vuelta airado.
Llegué a Sepúlveda que es un pueblo interesantísimo, con una iglesia del más puro románico, a la que no subí porque sin comer, hambriento, el románico me traía sin cuidado. Ni siquiera saqué la cámara del coche. Me limité a recorrer el pueblo de una punta a otra, que era muy largo y estrecho, con las manos en los bolsillos.
Junto a la muralla me encontré con un humorista, acompañado de su novia (eran homologables y no como los de Pedraza) y el padre del joven y suegro de ella. Por qué lo sé, sencillo: -dijo el muchacho frente a una casa con un cartel de -se vende; –Papá, estaría bien comprar esta casa porque si nos asediaran, estar al lado de la muralla sería una bicoca-. Me reí con ganas de la ocurrencia, sin que me vieran, claro. Por fin, el segundo día de viaje conseguí reírme. Cuando se me acabó el pueblo volví sobre mis pasos (había aparcado en la otra punta). Me detuve en la plaza, hacia la mitad de la caminata a tomar una cerveza, pero sin comer nada, eran las siete y prefería concentrarme en una buena cena.
Mientras tomaba mi cerveza de pie me dio por pensar que yo era un turista metafísico o tal vez ectoplasmático. Esa idea me hizo sonreír, esta vez para mis adentros. Mientras, un grupo de personas hablaba de sus cosas; una mujer, su hijo pequeño y dos hombres. La mujer quedó con uno de ellos para hacer algo al día siguiente, y no era su marido porque el padre del niño ya estaba fuera del bar con el crio. Imaginé un encuentro tórrido entre los dos porque eran homologables, tipo pueblo e igualitos.
Era tarde y tenía que buscar un sitio donde dormir porque habría sido intolerable que además de no comer tuviera que dormir en el coche o en un banco al raso. Tenía tres opciones, a saber: Sepúlveda (ya había llegado), Ayllón o Riaza. Me salió una opción real en este último y hacía allí me dirigí.
Llegué a Riaza (24,9 Km). Una vez que tomé la habitación bajé a dar una vuelta por el pueblo para encontrar un restaurante donde cenar. Decidí entrar en uno que parecía pertenecer al Hostal (como me pasó en Casa Mariano, la noche anterior). Estaba atendido por una mujer bastante mayor, delgada, de negro y de semblante desabrido; un camarero que, cuando le pregunté si podía cenar me dijo que tenía que esperar a que llegara la cocinera, a las ocho y media (mi salvación y llegaría tarde). Me senté a tomar una cerveza y a observar el ambiente del bar mientras veía de reojo un partido del Atlético de Madrid, que ganó a uno equipo independentista (ahora todo el mundo lo es, y también los futbolistas). Había un grupo de jóvenes entre 25 y 35 años, muy animados que tomaban un gin-tonic tras otro, en plan juerga barata y campechana. Me pregunté si un sábado noche no les daba más de sí la vida. No me contesté, no tenía ni idea. Llegó una pandilla de viejecitas (más que yo), con un estupendo jolgorio y cachondeo (se pisaban las frases unas a otras), pero no supe cuál era su rollo, porque a pesar de que se sentaron apretadamente en una mesa a mi lado, tuvieron que irse al comedor porque no cabían (lo sentí porque podía haberme unido a la fiesta). Su lugar lo ocuparon cinco jóvenes de menos de veinte años. No hablaron entre ellos, solo miraban maniáticamente las pantallas de sus móviles ¡qué previsibles! También había una especie de reunión familiar, como de hermanos y cuñados, con niños y todo. El grupo más interesante, el de las viejecitas (más que yo), en plan sábado noche loco.
Pedí la cena: Sopa castellana (bastante mala), y chuletillas de cordero (ricas, jugosas y abundantes), y de postre un helado. Todo 20 €. Por fin había saldado cuentas con mi hambre. Subí a la habitación a las diez y me acosté…
La Fotografía:  La plaza de Riaza, con otra plaza dentro, como en Turégano. Menudo día de agua y toros en las calles y plazas (no supe si ya habían toreado o lo harían otro día). No iba conmigo el asunto, yo estaba a otras cosas.

Pepe Fuentes ·