LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 1.1
Domingo, veintidós de septiembre de dos mil veinticuatro
Me levanté a las cinco de la mañana. Cargué el coche con lo que creí que necesitaría (lo había preparado el sábado por la tarde), y salí en dirección noreste, a la provincia de Huesca.
Eran las seis menos cuarto, noche cerrada, naturalmente. No me sentía ni bien ni mal, ni siquiera me hacía especial ilusión el viaje. Como no sé exactamente en qué consiste la “ilusión” no me preocupo demasiado. Al parecer es un estado que brota de la imaginación sin conexión necesaria con la realidad, es decir, la ilusión es un estado mental y nada más. Mejor salir y comprobar si el viaje era merecedor de complacencia.
Cuando se me ocurre ir a algún sitio lejos de mi casa, bastante tengo conque no me crezca el desánimo y aborte antes de salir. Soy voluntarioso y como además nunca tengo mejores planes que los que acometo, hago todo lo que se me ocurre. No, eso no es consecuencia de la libertad que supuestamente tengo, pero que no la disfruto plenamente porque son necesarias las ganas y esas unas veces sí, pero otras no. Como todos los planes son igual de prescindibles, me da igual hacerlos que no, me temo.
Sintonicé una novela: El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, autor al que no frecuento mucho, pero cuando lo hago nunca me defrauda. Y así avancé resuelto hacia uno de mis Microviajes (menos de cinco días). Tenía una reserva para una visita guiada a Santa María de Sigena, a las once y cuarto.
De ocho a diez tuve una crisis de sueño que superé ayudado por un café que tomé en una gasolinera en un pueblo ya de la provincia de Huesca. Mientras lo hacía observé una conversación de cuatro hombres en la cincuentena en la que también participaba el que servía la barra, de su misma edad. Habladores salvajes, de los que se pisan las intervenciones unos y otros y nadie escucha a nadie. Da igual de lo que hablen, lo hacen compulsiva y furiosamente, como si conseguir enunciar su frase, ahíta de ignorancia y desinformación, que se les había ocurrido en ese momento fuera una cuestión de vida o muerte. Una vez que la colocan piensan vertiginosamente en la siguiente; les da exactamente igual lo que dicen los otros porque no los escuchan. Tampoco les importa no ser escuchados. Lo único importante es soltar lo propio, sea lo que sea. Hablaban de bodas, fiestas de despedida de solteros y ahí me enteré de que ahora los novios suelen hacer varias, cada uno por un lado y juntos, y así una y otra vez, como si se fuera acabar el mundo y sus propias vidas, que también, seguro. Hablaron de los regalos de boda y del coste de los cubiertos. De pronto, la reunión se disolvió abruptamente y cada uno se fue por un lado, tan contentos todos. Al parecer es de esas cosas de las que hablan las personas de mi clase y condición. Aunque no lo sé seguro porque yo no hablo con nadie (no sabría qué decir); por ejemplo, en este caso, hace muchos años que no asisto a una boda; bueno sí, la mía, hace cinco creo (de otras ni siquiera me acuerdo), y solo asistimos cuatro personas y el notario. No hubo regalos ni fiestas anticipadas, pero ese día comimos bien, nosotros cuatro: los novios (Naty y yo); y dos testigos (Natividad madre y Manolo, un amigo). Esa es una de las razones por las que no participo de las conversaciones sociales: los hologramas no tenemos voz y nuestra presencia es ilusoria.
Y en esto llegué a Villanueva de Sigena, quince minutos antes de que comenzara la visita al monasterio de Santa María. Ya había quince o veinte visitantes esperando…
La Fotografía: Nadie de mis compañeros de visita me llamó la atención. Todo tipo de gente (desde niños a viejos), sin más. Casi todos eran familias, parejas y nadie solo (salvo yo, claro). Eso sí, desde mi interesado punto de vista por lo que a mí concierne, éramos gente especial porque nos habíamos dado cita en un apartado lugar para deleitarnos con la belleza.