LOS DÍAS 64 y 2
“Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Otto von Bismark
Sábado, doce de octubre de dos mil veinticuatro
… Me levanté temprano, como siempre. Tenía que recoger a Mi Charlie y ayudar a Naty con manualidades en su casa (lo que hemos hecho nos ha quedado francamente bien).
Cuando conducía hacia su casa, desde la mía, me precedía una caravana de autobuses llenos de soldados, supongo (vivo al lado de la Academia de Infantería), que iban a desfilar en Madrid por ser el día de la Hispanidad (Colón llega al continente americano); y también, el día de la Fiesta Nacional ¿de qué nación, me pregunto? Me contesto: una extinta, es cosa de poco tiempo que acabemos con ella entre todos y refutemos a Otto von Bismark de una puñetera vez.
Me llama la atención que haya que celebrar lo que ya es materia y pasto de la nostalgia, o tal vez asunto melancólico, y que tenga que escenificarlo el ejército, como si fuera una atracción circense para exhibición de políticos y reyes (los soldados en perfecta formación no cuentan para nadie, solo son actores mudos que rellenan el espectáculo desfilando sincronizada y anónimamente). Pero, no hay que hacer mucho caso a todo esto porque son cosas antiguas, flecos retóricos que de nada sirven ya. Estamos a punto de cambiar el paradigma. Vivimos un momento histórico sin apenas darnos cuenta (yo sí).
Para abundar sobre este asunto no tengo sitio en el diario de hoy, ya veré si otro día vuelvo sobre lo de la patria (extinta), porque alguna opinión tengo al respecto.
El viernes por la tarde me vestí un poquito de guapo como para gustar (además me afeité y duché y no solo porque iba al teatro), sí, porque me propuse: después, podrías ir a cenar a algún sitio y más tarde tomar una copa a ver si consigues prender tu mirada en la de una mujer atractiva y lista (improbable). Sí, esa era mi ensoñación (había reparado un poco lo de la desesperanza).
Hoy tendría que escribir sobre el espectáculo de los humoristas: Carlos Faemino (65) y Javier Cansado (69), cansados ambos (y viejos, como yo); tendrían que llamarse Los incansables cansados (y viejos). Uno de sus espectáculos del pasado se llamó –Cuanto más viejos más pellejos- (2005). Entonces todavía no lo eran, pero ahora sí y ellos lo saben y lo reconocen.
Pero, se me está acabando el fuelle de hoy porque llueve tanto, tanto que, a través del ventanal de mi estudio, que me ofrece una percepción demasiado hiperrealista del mundo, me estoy sintiendo acobardado por el agua torrencial que golpea los cristales y que parece que no acabará nunca, al menos hoy no, hoy no acabará.
La Fotografía: Hacia el teatro, desde la plaza principal de la ciudad, bajé por la calle principal (todo muy principal, el viernes entre dos luces). Eran casi las siete y media. No circulaba mucha gente por la calle, como se puede ver. La catedral al fondo, que también se ve en la foto. Por esta calle, los adolescentes paseábamos, calle arriba, calle abajo, los domingos al salir del cine (sesión doble). Nuestras miradas eran temerosas, tímidas, pero preñadas de deseos reprimidos. Eran los sesenta, tan mortecinos en nuestra ciudad. Cuando salí del teatro me dio por acordarme de un brutal enamoramiento (obsesivo) y platónico por una adolescente como yo (se llamaba Maria José) que nunca llegué a conocer y ni siquiera volver a ver. Daría algo importante a cambio de ver a aquella chica rubia, alta y bonita (ahora vieja), y confesarle mi rendido y loco amor de hace 55 años. No dudaría en proponerle matrimonio.