LOS DÍAS 65
Somos de Faemino y Cansado y lo sabes, aunque te lo tenga que repetir ’17 veces’
Domingo, trece de octubre de dos mil veinticuatro
Hoy ya toca escribir sobre los humoristas: curiosos y exitosos muchachos, grandes ya. Han conseguido durante más de tres décadas un éxito clamoroso e incontestable, de amplio espectro social. Cerradas ovaciones acompañan su vida década tras década. Eso me hace preguntarme ¿Cómo se sentirán los que viven toda la vida entre aplausos? No tengo ni idea, aunque sospecho que próximos a Dios, supongo (yo me sentiría así). Gustan a todo el mundo. Prodigioso. No se meten con nadie, salvo, a veces consigo mismos, pero cariñosamente, con indulgencia y procurando no hacerse daño. Se quieren a sí mismos y a todo el mundo quieren y entonces todo el mundo los quiere a ellos. Yo también los quiero, ellos a mí no, pero es porque no me conocen.
Dicen de su humor, entre otras cosas, que es surrealista, pero no, lo suyo no es eso porque el surrealismo es otra cosa: tiene que ver con el subconsciente y la revolución; y ellos revolucionarios no son (ni falta que hace: no hay nadie más contrarrevolucionario que un revolucionario), y con el subconsciente no sé cómo se llevan (a tanta intimidad no llegamos en sus espectáculos). Ellos hacen otra cosa: elevan un cierto y sincero hiperrealismo campechano al escenario, lo cuentan en clave trascendente y claro, esa fórmula mágica solo puede ser humorística. Y lo es. Por eso me gustan, porque es lo que yo quiero hacer en este diario, pero no me sale porque yo estoy bastante enfadado y se me nota. Ellos no, porque parece imposible que se enfaden con nada ni con nadie. Son listos los tíos. Si demostraran disgusto o preocupación, no encantarían lo mismo. Nadie quiere cerca a enfadados y menos sobre un escenario y menos todavía pagar por ello.
Sinceramente, me asombran, suben al escenario y cuentan el peor chiste del mundo, pero, y esto es lo más importante, consiguen hacer creer al público que lo hacen de verdad, tratan el absurdo de sus malos chistes sin complejos y con naturalidad, y lo hacen tan bien, que, entonces, todo el mundo se parte de risa. Lo pude comprobar en directo anteayer (nunca los había visto en un teatro, siempre en televisión y hace décadas), sí todo el mundo se reía y aplaudía como locos (yo no, tan solo sonreía, pero eso en mi caso es mucho porque no sonrío casi nunca).
Son dos y a mí me gusta más Faemino porque parece que tiene segundas intenciones y, además, al parecer, es un poco misántropo, mi hermano del alma entonces, por lo que desde ahí la empatía funciona mejor. En cuanto a Cansado, cansa un poco, porque es un incontinente verbal, verborreico y sí, a veces tiene gracia porque eleva lo normal a la grandísima categoría de lo improbable.
Otro de los aspectos que les hace únicos es que consiguen a partir de lo diferente (lo son) crear una simbiosis, una amalgama virtuosa e indivisible. Esta perfección como dúo, absolutamente lograda por su complementariedad y sincronía también gusta mucho a todo el mundo. A mí también.
La Fotografía: Pero, tengo que reconocer que no sé sí me gustó este último espectáculo suyo, era el primero que veía. Se me hizo un poco largo: 100 minutos, más o menos, donde lo dan todo. No sé si me gustó porque la moneda además de cara tenía cruz: cuando iba hacia el teatro, estaba bien, quiero decir normal; cuando salí sentí un agotamiento infinito, de tal manera que lo que había pensado hacer (dar una vuelta por ahí, e incluso cenar), se hizo imposible, Tan solo tuve fuerzas para volver a mi casa arrastrando los pies y con todo el peso del mundo sobre mi maltrecho cuerpo en ese momento. Por qué; no lo sé, quizá porque me cayeron encima sus más de treinta años haciendo casi lo mismo (me refiero a ellos). Están y son viejos (lo dijeron), y quizá ver a dos viejos hacer de jóvenes risueños, como si nada pasara, durante hora y media, me mató.