LOS DÍAS 66
“Acuérdate que eres un actor de una obra teatral, larga o corta, en que el autor ha querido hacerte entrar. Si él quiere que interpretes el papel de un mendicante, es preciso que lo hagas tan bien como te sea posible”. (Enchyridion) Epícteto
Lunes, catorce de octubre de dos mil veinticuatro
Ya pasó el fin de semana, uno más, pleno de oportunidades perdidas. Llevo tantos y tantos que no me afecta esa lógica y fatal circunstancia. Me estoy convirtiendo en un conformista sólido, estoico, sin flaquezas sentimentaloides, endurecido como pedernal. Todo está bien entonces.
He pasado el fin de semana en mi casa, sin salir y solo hablé por teléfono el sábado con Gabriel y después con Consuelo, a la que percibí con un estado vital animoso (ha enviudado hace poco). Gabriel está viviendo el síndrome de vaciamiento del nido que él ha construido, junto con Jackie, con sumo cuidado y solidez. Sus hijas, mis nietas, claro, ya empiezan a volar solas, y nunca mejor dicho porque me ha contado que Lucía había -volado sola- este fin de semana a Washington para visitar universidades (su tío la esperaba en esa ciudad, donde vive). Gabriel está atónito, confundido por haber llegado a esta situación que parecía lejanísima. Claro, hijo, es tan sencillo como dejar que el río siga bajando cauce abajo. A Gabriel se le irán sus hijas pronto (no lo entiende bien); Consuelo se ha quedado sin el amor de su vida y ahora está sola (tampoco lo entiende bien); y los fines de semana pasan por encima de mí neutros, vacíos y silenciosos y así hasta que dejen de pasar (pero yo sí lo entiendo, será porque soy mayor que ellos).
¿Significa que ahora estoy en mejor situación para vivir plenamente y en paz? Creo que sí; ahora vivo sin incertidumbres porque ya no existen los deseos en mi vida, luego tampoco los miedos porque apenas si tengo algo que perder (solo la salud y sobre esa pérdida nada podré hacer).
Vivo tan solo con la expectativa de un minuto para otro en los que no pasará nada en ninguno. Avanzaré en el tiempo con la cabeza despejada y el alma en paz, dejándome llevar por los leves placeres domésticos, cotidianos, desapasionados y hasta indiferentes, pero que serán plenos en su sencillez. Y al mundo y sus gentes que les den a todos porque yo soy y seré perfecto e indesmayable. Nadie podrá acceder a compartir conmigo mi inefable y mirífica y conforme felicidad (solo Mi Charlie). Por cierto, hoy por la mañana, cuando nos hemos levantado ha tenido un ataque de estornudos que le han asustado. Ha llorado. He tenido que subirle sobre mis piernas y consolarlo con caricias un buen rato.
Y, dentro de otro rato, nos iremos los dos a dar la vuelta de hora y media de todos los días. Caminaremos entre la niebla porque desde mi ventanal solo veo niebla pegada a los cristales.
La Fotografía: Mi hijo Gabriel y yo. Él, ahora, está viviendo una situación de riesgo profesional que superará con brillantez gracias a su gran inteligencia y equilibrio emocional. Yo, no, claro; para mí la vida ahora es tan solo espiritual y silenciosa. Aferrado a rutinas placenteras en las que a veces bailo solo (pero no canto).