CENA RARA 6 y 4
«La gente tiene miedo a mezclarse». Bret Easton Ellis.
Jueves, veinticuatro de octubre de dos mil veinticuatro
… El escaso y dudoso banquete acabó, no porque nos apeteciera, sino porque los camareros estaban recogiendo las mesas y solo quedábamos nosotros en pleno fragor terapéutico.
Cuatro de los seis que éramos decidimos ir a tomar una copa al bar que proponen los organizadores (invitan a una consumición y entrada gratis). Los ingenieros se fueron (son las cosas que tienen los ingenieros), aunque durante un rato, el sombrío y desenfocado del que solo supimos que tenía 54 años, que bailaba y que quería jubilarse porque tenía una rica vida interior (deduje) ya que tenía muchos proyectos, nos siguió durante un rato y de pronto, dio media vuelta y se largó ¡criatura dubitativa! Todo me pareció raro en él. Cuando dijo que tenía proyectos de jubilación le dije que tuviera cuidado porque esos proyectos los carga el diablo y si no eran propicios para dialogar con otros y con la vida, podrían ser una mierda que le jodieran por tener que hablar consigo mismo todo el rato. Me pasé mucho con esa apreciación, pero valía porque estábamos en modo terapéutico, y gratuito, además.
Todos los que asistimos a estas cenas somos sospechosos de ensimismamiento (eso no lo dije y me habría quedado muy bien, ya lo creo).
A tomar la copa final, fuimos el editor, las dos mujeres divorciadas (una más abandonada que otra porque lo fue con indignidad) y yo, que no era nada, salvo viejo.
De las dos mujeres, una fue traicionada porque delante de su marido se cruzó una mujer de la mitad de edad que él (veintitantos añitos, latina y explosiva). Una previsible y vulgar historia sin apenas paliativos. Y, por cierto, esto me hace recordar a mi escritor preferido cuando dice en El mejor libro del mundo “…envejecer al lado de otro es un regalo de la vida”. Evidentemente, el marido burlador y nada sabio, no envejecerá con la prepotente y abusiva seductora. Peor para él.
Consolamos a nuestra eventual amiga, diciéndole que no se sintiera perdedora porque no había sido juego limpio, sino asquerosamente ventajista y tramposo. Cuando nos enseñó fotos de la inaudita competidora, abundé diciendo que la preferiría a ella, y además era verdad, porque nuestra esporádica y breve amiga era una mujer muy atractiva.
Seguimos de buen rollo casi dos horas más.
Al despedirnos, cruzamos teléfonos y propuestas para tal vez, volver a vernos en una cena nosotros cuatro. Todos sabíamos que eso sería más que improbable, imposible. En todas las Cenas Raras que he asistido ha sido igual y nunca hemos vuelto a contactar.
También, casi cerramos el bar de copas, a las dos de la madrugada. Menuda nochecita, y yo tenía que volver a mi casa que estaba lejos, mucho. Está bien que las Cenas Raras sean así: revulsivas, breves e irrepetibles. Lo que sucede en una ceremonia social como esta, solo dura las horas compartidas, luego directamente al olvido -In sæcula sæculorum, amén-
La Fotografía: Como ayer, anteayer y la entrada antes de anteayer.