LOS DÍAS 69
“El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice”. Charles Baudelaire
Jueves, siete de noviembre de dos mil veinticuatro
Por la mañana he salido a pasear donde siempre. Lo único destacable: una mujer hacia deporte (corría y se paraba, pero en general corría y corría y seguía corriendo, de vez en cuando, paraba y hacía estiramientos); y el hecho, absolutamente banal y frecuente, tenía los siguientes aspectos dignos de mención: a) a la mujer no la conocía (no era de las habituales); b) cuando me crucé con ella, su cara, me pareció de una mujer más que adulta, vieja ya; c) me volví para ver cómo se alejaba (es un acto reflejo habitual, sobre todo si son mujeres que me han llamado la atención por algo, pero no sé por qué lo hago) y, oh sorpresa, su culo era de adolescente (volumen y contornos armoniosos, perfectos, y lo mejor, esbelto y apretado). Esa mujer, volvió sobre sus pasos y me adelantó, corriendo claro ¡qué manía tiene todo el mundo con eso de correr! Y otra vez su culo delante de mis narices, pero, como yo no corro ni delante de un león hambriento ni detrás de un buen culo de mujer, su mejor versión, la espalda, se fue perdiendo en la distancia.
Por mucho que me empeño en conocer al género humano, al final, siempre hay algo imprevisto que me descoloca, como un culo inesperado y bellamente prodigioso para la edad de la propietaria. Perfectamente proporcionado y deseable. A la mujer, en el último encuentro con ella (fueron tres), le dediqué la mejor de mis sonrisas, que no es gran cosa (por si acaso, por lo de su culo) a la que ella respondió con seriedad y desgana ¡vaya plan!
Así no hay modo de ser sociable ni nada. La desidia social (la de los demás e incluso la mía, mata todas las posibilidades vitales).
La Fotografía: El número de entrada de hoy (69) contiene resonancias eróticas míticas desde que se inventó la analogía, que no sé cuándo fue. Lo cierto es que, a pesar de no ser ya especialmente original, placenteramente era genial, aunque ya apenas me acuerde de los sabores y sensaciones de esos exultantes y excitables ejercicios. Ya no sueño con esas posturas ni siquiera con las del sexo corriente y funcional, ni siquiera con la postura recurrente y pasada de moda del “misionero”. El sexo ya no existe para mí. Son ellas y solo ellas las que me han expulsado del universo del sexo. Lo acepto y asumo (no me queda otra) por lo que tendré que crearme otra identidad y actitud existencial. Física incluso. Esta foto sería la visualización metafórica de como ya no me ven las mujeres: deformado y monstruoso, sin atributos masculinos. Una nueva apariencia, como en esta fantasía amarilla, desmadejada y sosa en la que carezco de cualquier atributo humano (ni boca ni ojos tengo). Seré hermético, liso, resbaladizo por dentro y por fuera. Careceré de emociones y deseos. Seré la encarnación del hombre viejo del futuro.