LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 2.1
Lunes, veintitrés de septiembre de dos mil veinticuatro
Me levanté en Huesca más o menos temprano, ¿a las siete, tal vez? Seguramente. Salí a buscar un bar para desayunar por las calles peatonales del centro. No lo encontré. Todos cerrados.
Antes de las ocho es imposible hacerlo en capitales de provincia.
Volví al hostal. El bar de la planta baja estaba abierto. Una de las chicas de color, joven y sensual me sirvió un jugoso bocadillo de buen pan, buen jamón y tomate, zumo de naranja y café. Rico desayuno, aunque algo caro (9 €), que tonificó mi alma y me consoló de la inhóspita y fea habitación en la que había dormido. También contribuyó a mejorar mi optimismo y fe en el género humano, tan precaria siempre. El deambular por el bar de mi simpática camarera seguida de su culo portentosos hizo que me preguntara: ¿qué harías si una mujer de esas características físicas, por un inverosímil prodigio (o por dinero), se presentara sexualmente disponible frente a mí (a eso se le llama fantasía erótica)? Me contesté: escaparme cobardemente, hasta de mí mismo.
Recogí el equipaje y me dispuse a buscar el coche, aparcado por ahí, en cualquier calle de la ciudad.
Primera broma del día de Google Maps: introduje la dirección que me dijo el localizador del coche (500 metros, más o menos) y comencé a caminar. Seguí mi instinto más que al navegador de a pie, recordando más o menos donde había aparcado. A medida que avanzaba la aplicación me decía que me alejaba paulatinamente y cuando ya estaba a 1,5 km, alarmado por mi desorientación y enfadado por mi incompetencia, levanté la vista de la pantalla y lo tenía delante de mí. Para morirse de risa, quizá fue el coche quien salió a mi encuentro sabiendo de mis apuros tecnológicos.
Me dirigí al centro mismo y aparqué a doscientos metros de la Catedral, que pretendía visitar lo primero.
El día había amanecido luminoso y de gratísima temperatura. Faltaba una hora para que abrieran la catedral (10:30) lo que me permitió callejear por el centro, la plaza López Allué donde se encuentra Ultramarinos La Confianza y ver por fuera algunos edificios singulares.
Me sentía bien, como si no pasara nada y no, aparentemente no pasaba, o sí. No sé.
Finalmente, como siempre me ocurre, me encontraba solo frente a la puerta de la catedral esperando a que abrieran (estoy más entregado que nadie a las causas catedralicias). Cualquiera podría pensar que soy muy aficionado (que sí, que lo soy), o muy devoto (que no, que no lo soy). Lo que pienso yo: que ya no sé qué hacer para no morir mañana y entonces me da por recorrer las catedrales de provincias en las que encuentro de todo, desde famélicos Jesucristos románicos terriblemente expresionistas, tanto que es difícil encontrar tanto desgarro en obras artísticas de cualquier época histórica, como rincones penumbrosos y vírgenes transidas de dolor, o un San Sebastián que pintó El Greco, inspiradamente. Fotografío con ganas y fervor de creyente en el arte de transcendencia y dramatismo católico…
La Fotografía: En las catedrales me encantan los inesperados espacios, a veces discretos y funcionales, pero de enorme belleza y equilibrio, absolutamente propicios para ser fotografiados, como la imagen de hoy (escalera hacia el coro de la catedral, en el Museo Diocesano).