LOS MICROVIAJES
A Huesca y Navarra: día 4 y 3
Miércoles, veinticinco de septiembre de dos mil veinticuatro
…Eran las 14:30 cuando llegué a Olite (18 Km).
Se veían autobuses y grupos de turistas dondequiera que miraras. Busqué dónde comer. Tomé un menú del día, que no estuvo mal: alubias con almejas, estofado de ciervo, postre (helado) y descafeinado con leche. También tomé vino. Creo que me costó en torno a 20 €.
Me dirigí a visitar el Palacio Real.
Construido a finales del XIV. Fue Carlos III el Noble (s XV) quien lo amplió sobre el anterior castillo, convirtiéndolo en el Palacio de los Reyes de Navarra. Su configuración es de arquitectura cortesana al estilo gótico francés. Todavía se conservan yeserías y estucados de inspiración mudéjar, de artesanos moriscos.
El conjunto, tanto exterior como interior era espléndido, espectacular en cuanto a su configuración estética (parecía un palacio de cuento de hadas), justamente lo que yo no necesitaba en ese momento y a estas alturas del viaje.
Pronto empecé a impacientarme porque la superficie visitable no se acababa nunca. Subir y bajar escaleras, atravesar pasillos interminables para llegar a estancias vacías, tampoco me apetecía en ese momento. No, no era el momento. Fotografié desganadamente, desmotivado.
A las cuatro y media me asaltó sorpresivamente la idea de volver (una noche más de hostal de gasolinera no estaba dispuesto a vivirla otra vez por nada del mundo).
El problema, según mi cuaderno de bitácora, es que hoy tendría que dormir en Olite o algún pueblo de la zona y al día siguiente por la mañana visitar el parque natural de las Bárdenas Reales, despacio, con tiempo (se necesitan tres o cuatro horas, más o menos); y, por la tarde volver a mi casa.
De Olite al parque había cincuenta kilómetros y la recepción de visitantes cerraba a las cinco.
Me dio igual, salí hacia el parque y fui deprisa. Llegué a las cinco y media, con el parque, formalmente ya cerrado, pero eso no dejaba de ser una convención sin importancia, porque tan solo había que tomar una de las pistas de tierra que salían de la carretera y adentrarme hacia el interior (nadie lo impedía). Eso hice.
No cubrí ni mucho menos todo el itinerario de pistas que circunvalaban el parque, pero eso fue lo de menos, porque a unos diez kilómetros hacia el interior me encontré con los puntos emblemáticos (los que aparecen en todas las fotos), con muchos coches y gente alrededor.
En torno a las ocho de la tarde partí hacia Toledo, tenía cuatrocientos kilómetros por delante, de los que la mitad eran en carretera de doble dirección hasta tomar la autovía hacia Madrid.
Se me hizo desesperadamente largo, agotador diría. Gracias a Ignacio Martínez de Pisón y su relato autobiográfico, Ropa de casa, que ya había empezado hacía dos días y que me alivio del tedio de conducir, así la vuelta me resultó soportable. Durante este viaje me acompañó este autor, con una novela más, El día de mañana (que oí primero). Interesantes y absorbentes ambas.
Llegué a mi casa a las doce, bastante cansado y harto de conducir de noche.
La Fotografía: Saqué el trípode y me dispuse a fotografiar con la máxima resolución en dos de las elevaciones de formas espectaculares. En una de ellas, recurrí a algunas de las máscaras que había llevado conmigo y me dediqué durante una hora a fotografiarme en plan performativo con máscaras y sin ellas. Me resulta bastante dificultoso porque como estoy solo los encuadres me resultan endiabladamente difíciles y porque la toma me veo obligado a hacerla con el disparador automático (prueba y error, interminablemente). La puesta en escena era llamativa y los visitantes que había por la zona se paraban a mirar las gansadas que me dedicaba a hacer. No me agradaba, pero a fin de cuentas me traía sin cuidado, un loco, pensarían. Vale, sí, seguro. En algún momento las traeré al diario, cuando temáticamente toque. La de hoy, yo, claro, pero sin máscaras.