LOS DÍAS 70
“Quizá por eso escribo páginas como ésta, para dejar señales, pequeñas trazas de días que no merecerían figurar en la memoria de nadie. En cada una de las letras que escribo está enhebrado el tiempo, mi tiempo, la trama de mi vida, que otros descifrarán como el dibujo en la alfombra”. Julio Ramón Ribeyro (Prosas apátridas)
Sábado, treinta de noviembre de dos mil veinticuatro
Hoy dejaré a las doce de la mañana a Mi Charlie, una vez bañado, medicado diariamente, acariciado hasta la extenuación y algo de cansancio. Hemos compartido nuestras vidas a lo largo de ocho días seguidos, las veinticuatro horas del día.
Así es mi vida con mi perrito.
Según Yubal Noah Harari, en Homo Deus, hay quinientos millones de perros domésticos en el mundo, supongo que ese mismo número de personas responsables de esos animales, como mínimo; más seiscientos millones de gatos, también según la misma fuente.
Haciendo una pequeña cuenta, grosso modo, en torno al 20% de la población mundial, contamos con un poderoso motivo para no suicidarnos: debemos cuidar de nuestros animales, aunque nuestras vidas sean una puñetera mierda.
Cuando Mi Charlie está conmigo tengo una coartada perfecta para no hacer nada en el mundo. Vivimos tranquilos los dos, el uno con el otro, sin injerencias sociales y de ningún tipo.
Tuve una especie de novia hace tres años, que me dejó (todas las mujeres me dejan y por ser ahora una circunstancia permanente en mi vida ya no he tenido más, sobre todo porque ellas no han querido). Esa mujer, en caso de que se hubiera visto en la tesitura de tener que elegir entre sus dos gatos o yo, a vida o muerte, sin duda los habría elegido a ellos.
Así es la condición humana del siglo XXI, los humanos preferimos las mascotas a otros humanos. Por ejemplo, en caso de naufragio existencial o real (al borde mismo del ahogamiento), seguro que salvaríamos a nuestro animal de compañía antes que al ser humano que se hunde irremisiblemente.
¿Haría yo lo mismo? Creo que no, sinceramente, o al menos esa creencia me deja más tranquilo. Aunque pienso lo mismo que decía alguien que ahora no recuerdo quién: “cuanto más conozco al género humano, más amo a mi caballo”.
La razón es obvia, el amor de nuestros animales lo sentimos a todas horas, el de los humanos apenas, o nunca, a no ser que, de algún modo, esos humanos dependan de nosotros. Si no, podríamos irnos a la puñetera mierda mil veces. Creo que está claro que no creo mucho en los seres de mi especie.
Antes de empezar a escribir esta entrada he elegido la cita de inicio, y estoy plenamente de acuerdo con Ribeyro (salvo porque mi escritura, luego mi vida, nadie la descifrará nunca).
Nada más empezar el día, se me ha ocurrido escribir para preguntarme qué podría hacer este fin de semana y en días sucesivos, sin Mi Charlie. No tengo coartada para quedarme metido en casa, que es lo que me apetecería.
A partir de la primera palabra, la escritura ha volado a su aíre, rápida, libre y automáticamente. La elección de las palabras, la construcción de las frases, así como el tema, han surgido al margen de mi voluntad consciente. La entrada: esencial y necesaria, pero no me ha aclarado lo qué hacer en ninguno de los próximos días.
Al menos podré escribir. ¿Qué sería de mi vida sino escribiera este diario? No podría soportarla y moriría mañana. Como Ribeyro, –pespunteo mi vida escasa con palabras- ¡atención a la frase!
La Fotografía: Perro de hojalata, artístico, en Palermo (iba con la última mujer de mi vida, pero eso ya lo he dicho antes). Me pregunto si el artista autor de esos animales tristes (había muchos por todos lados), tendría perro o perros de carne y hueso, y si esa obra en forma de jauría deprimida se la inspiró su amor por estos animales. Conviene no olvidar que perros y gatos tienen emociones e inteligencia (son mamíferos aventajados), pero no consciencia y que carecen de alma (los humanos tampoco tenemos, aunque sí consciencia, pero no todos).