ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 36
Thomas Mann definía a la democracia como “aquella forma de gobierno y de sociedad que se inspira, por encima de cualquier otra consideración, en la conciencia y el sentimiento de la dignidad del hombre”. Rob Riemen
Sábado, siete de diciembre de dos mil veinticuatro
… Ayer fue el día de la fiesta “nacional”, la máxima imaginable para un país democrático: homenaje a su Constitución, la Ley fundamental de rango superior que define nuestro régimen de derechos y libertades, así como la delimitación de poderes e instituciones; o, dicho de otro modo, lo que nos vertebra como estado.
En España, …país de todos los demonios… que escribió Gil de Biedma, se da un penosísimo hecho: hemos llegado a un nivel de corrupción y adulteración del texto constitucional que ya no es honorable, ni cierto, ni respetable porque ha perdido su condición de verdad suprema, para convertirse en calderilla para el indigno regateo de mercadillo.
La Constitución, texto normativo de rango superior, hay que respetarlo y cumplirlo escrupulosa y drásticamente. No admite componendas porque representa la verdad que nos hemos otorgado, la justicia y el honor. Configurada por valores de naturaleza simbólica no podemos vulnerarla sin correr el riesgo de que la estructura del edificio que habitamos se derrumbe sobre nosotros.
Ahora, por causa y razón de políticos corruptos esa norma de orden carece ya de valor. En este momento no somos ni estado, ni nación (no es lo mismo), ni siquiera un pueblo porque nos falta lo esencial para serlo: Respetarnos. Damos por válido que el sistema e instituciones estén al servicio de un solo hombre, y lo que es peor, al de su sola, pueril y vil vanidad. Inconcebible. Contemplamos indolentes que el estado-nación sea una tenebrosa y pestilente cloaca de delincuentes. Ellos nos desprecian y sojuzgan prostituyendo leyes (como la constitución), apropiándose de recursos públicos mediante una corrupción grosera e inmoral; vendiendo la unidad del país y la solidez del estado institucional a cambio de poder propio (el vaciamiento y la desestabilización del país es un proceso irreversible); despreciando nuestra inteligencia y dignidad manipulándonos obscenamente a cambio de nada, tan solo soberbia y ansia de poder. Mientras estos despreciables parásitos nos humillan, nosotros los aplaudimos y votamos. País de esclavos indignos y masoquistas.
Yo, nada celebré porque no había nada que celebrar: día señalado por la vergüenza.
No creeré en ningún sistema político que no contemple la cancelación inmediata del infractor (como si de un atracador se tratara) o, mientras que no se instauren leyes y fórmulas legales y jurídicas que permitan procesar, destituir y condenar (en su caso), por la vía de urgencia, a cualquier político que se atreva a quebrantar leyes que afecten a los intereses generales del país y, sobre todo, que impliquen una afrenta a la dignidad y honor de sus habitantes. Si no es así, conmigo que no cuenten para nada y menos para votar.
La Fotografía:
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
quisiera terminar con esa historia
de ese país de todos los demonios.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos triste; en otra España,
en donde ya no cuenten los demonios.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que sea el hombre el dueño de su historia.
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
Jaime Gil de Biedma