MONÓLOGOS SOBRE ARTE 23.3
“Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”. Gabriele Münter
Jueves, cinco de diciembre de dos mil veinticuatro
… Hoy ya es jueves. Se acerca el momento de que venga Mi Charlie a vivir conmigo durante una semana. Solo saldremos a nuestros paseos por apartados lugares entre la lectura y la mística (el lector soy yo, y el místico Mi Charlie).
Anoche vino mi amigo Ángel a ver el partido del Madrid y a cenar (la cena la trajo él, yo estaba algo deprimido como para cocinar). El partido lo perdimos (últimamente los perdemos casi todos). No lo lamentamos, solo hablamos de nuestras circunstancias vivenciales y eso fue peor, al menos para mí, porque entonces casi se me quitaron las ganas de hablar. Él tiene circunstancias muy distintas a las mías: cuenta con una vida social superpoblada por decenas de amigos y familia de cuatro generaciones. Está contento con todas esas presencias y experiencias humanas que adornan su vida, o al menos la entretienen.
Esa diferencia de perspectivas vivenciales tan radicales nos vienen bien porque amenizan nuestras conversaciones por contraste (si ambos hiciéramos lo mismo serían monólogos).
Ayer hablamos con una cierta intensidad de Yubal Noah Harari, que él también está leyendo: Nexus; y yo: Homo Deus. No estuvimos de acuerdo con nuestras respectivas interpretaciones. Las mías resultaban un tanto catastrofistas para el género humano, en el sentido de que terminaremos convertidos en algoritmos sin libertad ni voluntad propia; mientras que él confía en un irreductible humanismo, porque este, al no poder imaginar un destino posthumano, establecerá factores correctores que nos librarán de todo mal y solo aprovecharemos el lado bueno de lo que creemos. Yo, por el contrario, no creo que el futuro de la humanidad esté ya en nuestras manos, llegarán peores momentos en los que la conducción de nuestro destino estará fuera de nuestra capacidad de intervención, será autónomo e inmanejable (como ya sucede con los coches de conducción sin la intervención humana); o, dicho de otro modo, seremos devorados por la inteligencia que habremos creado.
Retomo a Gabriele Münter, que tanto me gustó hace ya dos días.
A su vuelta de EE.UU., en 1901, se dispuso a seguir estudios de arte en Munich, pero he aquí que los hombres (homo erectus), que llevaban conviviendo con mujeres, obviamente (pongamos, grosso modo, un millón de años), y después de que la civilización actual comenzara su andadura, hace milenios, todavía no habían conseguido asumir que las mujeres fueran sus compañeras en igualdad, no permitiéndoles la entrada en Escuelas oficiales de Arte. Gabriele Münter tuvo que dar un rodeo y estudiar en una escuela privada (se lo diré a mi amigo Ángel, para que aplique un cierto escepticismo o factor corrector a su fe en la humanidad).
Ingresó en la progresiva escuela de arte Phalanx, en la que trabajaba como profesor Vasily Kandinsky. Fundamental en su vida, especialmente en la década de 1903 a 1913… Luego, y hasta 1917 todo fue decaimiento sentimental hasta que su relación acabó abruptamente…
La Fotografía: Después de la obra expuesta en las primeras salas, perteneciente a su primera época, tanto autorretratos como fotografías realizadas en EE. UU., llegué a lo que a mí ya me parecía obra de madurez, realizada en la treintena de su edad. En la imagen de hoy: Calle de un pueblo en azul (1911), obra de pequeño formato de una vitalidad cromática y conceptual vibrante.