LOS DÍAS 71
“La vida es un viaje tumultuoso entre lo que nos causa miedo y lo que nos da alegría. En el mejor de los casos logramos atesorar buenos recuerdos a lo largo de ella. Por más que, en nuestro mundo, sean demasiadas las personas que se ven obligadas a olvidar para vivir”. Henning Mankell
Martes, diez de diciembre de dos mil veinticuatro
El martes no acabó con mi visita al Museo, a conocer a una artista de la que nada sabía y que he contado en las últimas entradas. Me encantó Gabriele Münter.
Había quedado con una antigua amiga, de hacía treinta años, los mismos que llevábamos sin vernos. Nuestra amistad surgió en el entorno laboral que compartimos a comienzos de los años noventa.
Desde aquel remoto tiempo, nuestras vidas han transcurrido en ciudades diferentes y con circunstancias, o solo detalles, tal vez, en absoluto coincidentes. Durante todo ese tiempo, vivimos con nuestras respectivas parejas. Esa situación, que para ambos fue plenamente satisfactoria, había terminado mal para los dos: hace más de tres años, en mi caso, por separación; y cuatro meses para ella (lamentablemente, ha enviudado).
Ahora, últimamente, por un capricho de la memoria nos hemos vuelto a encontrar, primero, desde hace un tiempo, a través de mensajes y conversaciones telefónicas; y, finalmente encontrándonos hoy, por el placer de vernos y a partir del emocionante encuentro y el velo de la melancolía, adivinarnos.
Quedamos cerca del Thyssen, ya que yo estaba en las inmediaciones y ella vive en Madrid.
La impresión del reconocimiento físico fue grata, al menos por mi parte; ella apenas había cambiado después de tantos años, mantenía su figura esbelta y sus facciones siempre acogedoras y sonrientes. En aquel tiempo, tal y como la recordaba, era una mujer cercana y cariñosa. Jamás percibí en ella distancia, reservas o segundas intenciones. Ahora, al reencontrarme con ella, su cuerpo y su expresión seguía siendo acogedora y afectuosa. Era ella, la de siempre, sin duda. El drama que había vivido hacía tan solo unos meses no había conseguido ensombrecer su expresión. No sé qué pudo pensar ella sobre mí; me tranquilizó percibir que me reconoció con la proximidad y cariño que siempre nos habíamos profesado.
Paseamos por el barrio de las letras hasta la hora de comer. Teníamos mesa en un restaurante de la zona para celebrar nuestro reencuentro.
Durante la comida y el largo paseo que dimos después por el centro de Madrid, hasta que acudí a Atocha a tomar mi tren de vuelta (18:30), transcurrió a través de las lejanas experiencias comunes que vivimos en la época en la que nos conocimos y, sobre todo, por los hechos señalados de cada uno durante todos estos años. También de futuro, ese espacio que ya se nos ha estrechado a ambos. Ella, a pesar de que acaba de doblar la esquina de la sesentena (edad que a mí, ahora, me parece increíblemente joven), tiene muchas cosas por hacer y así lo vive con determinación y ganas cuando consigue apartar delicada y respetuosamente el dolor que siente por su pérdida. Necesita creer una vida nueva sola e independiente. Por mi parte, de futuro poco podía decir y no lo dije, porque no siento que lo tenga. Durante las horas que duró nuestro reencuentro, las sensaciones fueron gratas, tranquilas. Caminamos despacio sin rumbo ni propósito, solo charlando complacidos.
Seguiremos en contacto, de hecho, ayer por la mañana hablamos por teléfono. No sé si nos volveremos a ver, puede que no sea fácil: ella está en un proceso de construcción y yo de deconstrucción.
La Fotografía: A pesar de que llevé la cámara conmigo, para fotografiar en el Thyssen, después no la utilicé; así que mejor una foto más de una obra de Münter: Cartel de su exposición en Copenhague, en 1918. Maravillosa imagen plena de sugestión amable y feliz.