1 MARZO 2025

© 2025 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2025
Localizacion
pepe fuentes, en habitación 23, del Hospital Cemtro, Madrid
Soporte de imagen
-DIGITAL 640
Fecha de diario
2025-03-01
Referencia
10741

DIARIO ÍNTIMO 117.1
“Benditos quienes no confían su vida a nadie”. Fernando Pessoa
Viernes, veintiocho de febrero de dos mil veinticinco

Y en esto llegó el Doctor X (sé el nombre, pero no conviene decirlo en este caso y tampoco es relevante), armado de un láser, que yo no vi, y lo introdujo en mi pene hasta lo más profundo e íntimo de mi ser (ahí también está mi alma, especialmente, diría), y mejoró lo empeorado, es decir una molesta necesidad de mear a destiempo y mal.
Poco antes de caer en un sueño profundo por intervención del anestesista, este me dijo, de mala manera, imperativo y como si estuviera enfadado conmigo (yo no había hecho nada): al Doctor X., no se le puede hablar porque se desconcentra. Solo atiné a contestar, muy amedrantado, -no hay problema, yo no tengo nada que decir-.
Y en esto me desperté, y todo había acabado, el Doctor X ya se había ido con su láser a curar el alma profunda (a través del pene siempre) de otro dañado de la próstata, supuse, porque yo ya estaba curado. Sí, eso pensé. No me enteré de nada y lo sentí en cierto modo, porque me habría gustado mucho ver el efecto verde del láser (no sé por qué lo imagino verde, o rojo, tal vez) sobre mis entrañas en un monitor, comentando con el Doctor X la mejor ruta posible para el láser, como si fuera el Var futbolístico, pero con X no se podía hablar.
Me sacaron de la zona de quirófano, pero no me enteré porque debía estar medio anestesiado todavía.
Qué pasó desde la una y treinta de la mañana que ingresé hasta el día siguiente, aparte del episodio del láser, del no me enteré. Muchas cosas, primero, hasta las cuatro, más o menos, estuve escuchando El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, que no había leído. Lo dejé porque me sentía intranquilo y con bastante frío. A las cuatro y media vino una chica muy joven para llevarme al quirófano (siempre lo hacen con el paciente montadito en la cama rodante). Tuve que esperar para entrar, en la cama. Por el espacio que tenía delante pasaban incesantemente camas empujadas por chicos y chicas muy jóvenes, casi adolescentes me parecían. Tenían una peculiaridad llamativa, todos eran bajitos. No sé por qué.
Luego, a medida que anochecía pensé en todo y en nada, aunque contento porque me sentía curado, sin estarlo todavía “soñar es tan fácil y gozoso” especialmente en los postoperatorios. Intenté levantarme para coger el cargador del Ipad, y por poco me caigo al suelo desplomado:  las piernas no me sostenían, tuve que agarrarme a la cama (no me habían advertido de que debía olvidarme del puñetero cargador). Me metí en la cama.
La cena fue ofensivamente mala: un caldo de sobre y tres rodajas de jamón york, sin postre ni nada. Me lo comí. Tenía hambre.
Y luego, la noche, larga y molestísima y helada. De vez en cuando venía una auxiliar a cambiarme las bolsas del drenado de mi vejiga. Intenté hacerme amigo suyo para charlar un rato cada vez que viniera y así aliviara mi insomnio; probé con distintos temas, como la intangibilidad azarosa de la suerte y cosas así, interesantes todas; pero que va, a esa mujer no le gustaban mis temas de conversación y no me hacía ni caso. Desistí.
La madrugada la pasé en mi Ipad, con Fernando Pessoa y El libro del desasosiego. Parece raro, hasta a mí me lo parece, pero juro por todos los dioses del olimpo que fue verdad. Lo demostraré mañana…
La Fotografía: No sé cuánto duró el proceso de intervención y curación de mi mear mal y a destiempo (una pesadilla, por cierto). Lo que sí sé es que me sedaron a las cinco de la tarde, hora taurina, y ya no supe ni a la hora en la que volví a sufrir a una habitación, que no lo era, sino una cámara frigorífica para carnes muertas, concretamente la número 23, en la que alguien había decidido que muriera congelado. Esta fotografía me la hice a las cinco de la madrugada, harto de una vigilia sufriente que pasé trabajando en unos textos de Fernando Pessoa, de El Libro del desasosiego. Tengo que estar como una puñetera cabra para ocuparme del desasosiego pessoano con una sonda en la polla que me llegaba al fondo del alma. Así soy yo, señora; un maniático con iniciativa y ganas de mear bien, a tiempo e higiénicamente.

Pepe Fuentes ·