MONÓLOGOS SOBRE ARTE 26.1
“La melancolía no es siempre un mal sentimiento”. (texto de una obra plástica en Arco)
Domingo, nueve de marzo de dos mil veinticinco
El viernes fue teatro (lo conté ayer). Cuando salí me compré tres sabrosas empanadas argentinas y volví a cenar a mi casa, tan contento (o no tanto). Es lo que hay.
Me esperaba Mi Charlie, con ansiedad y alegría al mismo tiempo.
El sábado también tenía comprada mi inmersión entre las masas de gentes desconocidas. Esta vez era en el peculiar, estupendo, prolífico y carísimo mercado del arte: alguien preguntó a un galerista por el precio de una obra, a lo que este contestó sin inmutarse: 57.000 €., aunque no pude enterarme de qué obra era, solo podían ser dos: unas tablas recicladas que formaban una composición desmañada pintadas con Titanlux blanco o una pintura pequeña de Torres García (esta al menos era de un clásico).
Sí, Arco, una vez más y ya ni sé cuántos años y años he visitado la feria (está reflejado en decenas de entradas de este diario a lo largo del tiempo).
A veces, pocas, escribo sobre arte, contemporáneo también, sin tener ni puta idea en general y moderno en particular; sí, ese que nadie sabe en qué consiste ¡para morirse de risa! Es genial porque como es territorio ignoto, a explorar, todo el mundo puede hablar con libertad, irresponsabilidad y desenfado de él, incluso yo.
Territorio libérrimo y ubérrimo.
Escribo porque sí, faltaría más. Este diario es la tribuna del ignorante, contento de serlo.
Nadie pide cuentas a los niños de lo que dicen porque -son unos niños-, como yo.
Me resulta felizmente imaginable una gran masa de gente que hablara y hablara al buen tuntún y que un inmenso murmullo se elevara sobre nuestras cabezas y nos protegiera a todos de nuestro propio y ensimismado silencio. Sería como un escudo protector antimisiles de nuestra soledad, que puede que sea peor.
Lo que me pasó el sábado fue curioso, aunque a veces me suceda y siempre me asombre. Dejé a Mi Charlie para que durante una semana fuera Su Charlie. A él no parece importarle, incluso se va tan contento ¡que desapego, por Dios! Cuando volví, me puse a limpiar parte de mi casa, nunca alcanzo a limpiarla entera porque nuestros tamaños son desproporcionados: ella grande, yo pequeño. El caso es que después de la tarea me sentí pletórico, invencible, poderoso en mi mismidad.
Después de comer, el estado de ánimo intenso y pujante persistía. Descansé un rato y a las cuatro menos cuarto partí hacia Ifema (Arco). En el camino me acompañó una intensa lluvia. Entré en la feria a las cinco menos cuarto. Abarrotada de gente: los pasillos y las galerías llenas.
Y fue entonces, justo en ese momento, cuando el mundo, con su inconmensurable peso se desplomó sobre mí. A la mierda con mi estado de plenitud.
No obstante, tenaz, aunque desanimado, me dispuse a la visita.
Lo que vi y especialmente lo que no; cuando en vez de mirar las obras, lo hacía hacia los visitantes, que eran otras creaciones, tan inexplicables como el propio arte, me llevó toda la tarde. También miraba hacia mí mismo, pero no me agradaba lo que veía. Supongo que tampoco gusté a nadie de la muchedumbre que se arrastraba por galerías y pasillos porque nadie me miró ¡Joder, otra vez invisible! constaté.
Salí de la Feria, justamente tres horas después, cuando me di cuenta de que la incesante conversación conmigo mismo, desde hacía un rato, la estaba manteniendo en voz alta, así que antes de que llamaran a los servicios asistenciales o a la policía, salí pitando.
Por si fuera poco mi desarreglo, una fascitis plantar me estaba martirizando.
Volví sin novedad. Cené, vi televisión (una serie olvidable, como casi todas) y me largué a tomar una copa al sitio de siempre. Esta vez sí la tomé e incluso divisé a una mujer rubia que bailaba sola y que me gustó (infrecuente). No le dije nada porque habría estropeado su noche y de paso la mía. A la una y media, ya dormía como el niño angelical que soy…
La Fotografía: La primera que hice. Me motivó que fuera un mosaico de mensajes existenciales que tanto suelen me gustarme, llevados a un soporte plástico precario. Por eso me encanta el arte contemporáneo, porque es capaz de absorber cualquier aspecto del mundo y llevarlo al territorio del arte. Libertad total. Eso es lo bueno, por eso me fascina. Nunca el Arte ha sido tan libre como ahora y tan proteico como divino (Copilot me sugiere que en vez de divino utilice variado, menuda mierda lo de la IA). Los artistas contemporáneos son los nuevos Dioses. Lo creo firmemente. Atención a la máxima de la parte exterior y superior derecha: “SOLEDAD CONSTANTE, incluso entre la multitud”. Cómo no me va a enamorar Arco, si nada más entrar me definen artísticamente. La verdad es que, en el mosaico, también había escritas demasiadas e insoportables sandeces.