MONÓLOGOS SOBRE ARTE 26.2
“La característica esencial del arte contemporáneo, es la disonancia”. Theodor Adorno
Lunes, diez de marzo de dos mil veinticinco
…Sí, justamente a eso es a lo que voy a Arco todos los años, a mezclarme con la disonancia. A que mi mirada se contamine y regenere.
Soy consonante o asonante, igual a mí mismo y a todo lo ordenado que me constituye y me aburre hasta el bostezo. Necesito, al menos unas horas de desajuste y conmoción al año. Por eso voy a Arco. Todos los años.
Para no morir todavía (a pesar de que tengo un carcinoma, dicen que superficial, ya veremos porque sigue sonando fatal y podría morir antes de lo previsto, aunque ese asunto va bien; tengo una cita médica en este mes y espero que me operen y lo hagan desaparecer para siempre, ya veremos). No, ahora estoy libre de preocupación, al menos hasta el veintiséis.
Para lo otro, para mi desahuciada excitación vital no hay cirugía posible.
La de este año, probablemente ha sido la edición en la que más me ha costado concentrarme en el escaparate de obras y obras y obras. Infinitas obras.
Este año me ha pillado la feria fuera de sitio, sin concentración (lo de las diversas enfermedades me han colocado fuera de registro).
A medida que voy madurando (cualquier día me caeré del árbol como fruta podrida ya), voy acomodándome en una mullida cotidianidad en la que los grandes asuntos, como por ejemplo el arte, van desapareciendo de mi vida por desatención. Se aburren y se van, me abandonan, o soy yo, más bien, quien los abandona a ellos. Benditos sean por los buenos servicios prestados a mi causa, que es ninguna.
Me da igual, pocas cosas importan ya.
Avancé por pasillos, unas veces verticales, otras transversales, como un autómata. Llegó un momento en que el arte contemporáneo todo, me parecía igual e igual y mil veces igual. Solo fui a sorprenderme, pero apenas sí lo conseguí.
La libertad del arte contemporáneo, que lo será o nada será; enseguida comenzó a desenfocarse en mi mirada por reiteración, por machacona y forzosa insistencia en una supuesta originalidad sin emoción.
El arte moderno ha expulsado de su paraíso cualquier atisbo de sentimentalismo.
Eso me fatiga, ya que, a pesar de mi deseo de adoptar la postura de un impasible androide; mi auténtica naturaleza es la de un irredento sentimental, flácido, tembloroso, lloroso…
La Fotografía: Joven atractivo y saludable que mira a una mujer androide, también joven y atractiva, que tendría que ser el alimento de mis sueños húmedos de mi propósito imposible, si los tuviera.