DIARIO ÍNTIMO 119
“Mi personalidad, mis deseos y mis relaciones nunca están quietos y pueden transformarse completamente a lo largo de años y décadas. Pero debajo de todo esto, yo sigo siendo la misma persona desde el nacimiento hasta la muerte. Y cabe esperar que también después de la muerte. Lamentablemente, la teoría de la evolución rechaza la idea de que mi yo verdadero sea una esencia e indivisible, inmutable y potencialmente eterna”. Yubal Noah Harari (Homo Deus)
Lunes, veinticuatro de marzo de dos mil veinticinco
Últimamente me he ocupado de Arte Contemporáneo (del que tan poco sé) y de mi relación con especialistas en enfermedades diversas: atención primaria, dermatólogo, urólogo, dentista, gastroenterólogo y cirujanos (hasta tres han intervenido). A este festival sanitario he tenido que añadir las mil y una gestiones en consultas, clínicas y hospitales. Todavía no he terminado: me queda una intervención dermatológica (Cirugía de Mosh), por lo del cáncer de piel. Al dentista todavía le queda un retoque importante.
Claro, así no he tenido ocasión ni tiempo de ocuparme de lo que me pasa en el alma, pero como ya sé que no existe, gracias a Harari, quizá no sea tan grave.
Desde luego trascendente no, porque mi alma, al no existir, no tendrá que someterse al sumarísimo juicio final (*). Al pudridero sin más, sin intermediarios: curas, jueces, moralistas y, por supuesto, historiadores de nada. Voy de cabeza hacia la confusión del olvido profundo. Y pensar en los millones de muertos que han generado tantas creencias sin sustancia ni verdad.
A mí no me compete pensar en nada de eso. Tampoco en ninguna quimera que tenga que ver con vagas e indemostrables trascendencias.
La pregunta es: ¿sin alma todo está permitido, más allá de las responsabilidades contraídas con tu familia y amigos y vecinos y los del trabajo? ¡Y yo qué sé! Allá cada uno. Probablemente, ni siquiera a esos allegados hay que rendirles cuentas.
Es preciso:
Abolir el alma
No hay otra salida
Abolir el alma
de lo más profundo de nuestro ser.
Pues ella envenenó nuestros sueños
con sus abismos y sus aspiraciones…»
Rafael Berrio
Vuelvo a la causa y razón de esta entrada: mi intimidad, pero tan solo puedo decir que por esa zona de sombra no pasa nada digno de mención. En estos días no me estoy retorciendo entre los espasmos de las dudas y la insuficiencia existencial (salvo el sábado pasado); es más, creo ser y vivir como un saco de inerte e indolora resignación. Como no solo estoy erradicando de mi vida al pasado, fuente inagotable de tontas nostalgias, sino que, sobre todo, estoy aplicándome en extirpar meticulosamente todas las células de ese cáncer metastásico llamado esperanza (hasta quimio me daré, aprovechando que ahora estoy de hospitales), aquí no pasa nada. Todo bien, entonces.
(*) Entiéndase aquí el alma en el sentido que le dieron las religiones del libro (y algunas más): inventario de acciones de una vida susceptibles de juzgarse y resultar premiadas o condenadas. El único y recurrente sentido de las religiones es utilizar la balanza a todas horas del día y de la noche y pesar lo bueno y lo malo, según ellos, claro. También puede entenderse el concepto o la existencia del alma en un sentido funcional: “El alma (anima, psyche) es lo que anima al cuerpo: lo que le permite moverse, sentir y experimentar”., según André Comte-Sponville, en su Diccionario de Filosofía. En realidad, sospecho que la palabra en sí solo es una convención del leguaje para expresar lo inexpresable.
La Fotografía: Lo que hay debajo del espantoso paño es el alma, estaba en Arco, en el sucio y puto suelo. Nadie se paraba a mirarla, un poco, pero yo, advertido como estaba de que solo es sustento de sueños inútiles, hasta me paré a fotografiarla. Y no, no era la mía, porque yo no tengo. Sería de alguien distraído e incrédulo que la había perdido y no había vuelto a por ella.