Diario de un hombre Enfermo (de cáncer) y 4
“Nadie disfruta tanto de la vida como un convaleciente”. Walter Benjamin
Lunes, treinta y uno de marzo de dos mil veinticinco
17:47 horas. Acabo de revelar la foto de hoy y me siento feliz. Disfruto de mi curación de cáncer (carcinoma basocelular), gracias a una cirugía llamada de Mosh y a la habilidad de un simpático cirujano dermatológico.
La noche del domingo al lunes fue tortuosa, sin apenas dormir. Tuve pesadillas, no recuerdo si quirúrgicas, pero sí espantosas.
Entré en el hospital (el grande, grande) a las 8:40 horas, acompañado por Naty.
Los maravillosos hechos que hicieron que pasara de hombre enfermo de cáncer a hombre curado de cáncer, más o menos, fueron los siguientes:
Me recibieron a la hora prevista con muy buena disposición, simpáticos todos, dos hombres y dos mujeres.
Uno de ellos, el más joven, se acercó a la mesa dónde yo estaba tumbado y fijó una intensa mirada en mi nariz, mucho tiempo, como un enamorado mira a su amada (supongo que esperando que el mal le revelara su secreto); después lo hizo con un “dermatoscopio” (acabo de mirar el nombre en Google), y pintó en ella, supuse, los límites de mi mal. Vino el jefe, también miró, y dijo que estaba bien el dibujo. Todo iba estupendamente, entonces.
Ya solo quedaba empezar, primero lo muy malo: tres o cuatro pinchazos en la nariz misma con anestesia; resistí crispadamente agarrado al borde de la mesa operaciones. Puro veneno.
Después, comenzaron a cortar. Iban retransmitiendo las maniobras: 45, 45, y así varias veces, plano, plano, repetía el jefe de bisturí, o se lo decía a un operario. De vez en cuando me preguntaba ¿cómo va caballero? Yo contestaba que bien, qué iba a decir, lo cierto es que no me dolía nada ¡era atento ese hombre!
Veinte minutos después dijeron, ya está.
Me senté en la mesa de operaciones y me indicaron que tendría que salir a una zona de boxes a esperar que analizaran patológicamente lo que habían extraído. También me anunciaron que tal vez tuviera que someterme a otra sesión de corte. A los boxes fui por mi propio pie, sin silla de ruedas ni cama, ni nada, eso sí, del brazo de una enfermera, tan pimpante, como si fuéramos a desayunar. En los boxes me pusieron antibiótico y paracetamol en vena. Aparcados en camas, había varios convalecientes, todos viejos y sufrientes. Más que yo.
Cuarenta y cinco minutos después apareció mi enfermera cicerone y del brazo me volvió al quirófano. Me informaron que todo había ido estupendamente, que ya no eran precisos más cortes, que estaba limpio. Solo quedaba cerrar la herida (eso hizo mi amigo el cirujano) y que me podía ir a desayunar con mi novia, tranquilamente. Sí, eso dijo, literalmente. Él también parecía satisfecho.
Pues qué fácil, pensé sonriendo para mis adentros. Dije al equipo que nada podía salir mal hoy porque me sentía un hombre de suerte. Felicité a todos por su trabajo, y me largué tan contento. Salí triunfalmente a las 10:30 horas.
Naty me llevó a casa, desayunamos un aperitivo con una cerveza y comentamos la jugada en la que éramos ganadores. Después se fue.
La Fotografía: Después del desayuno Naty me hizo esta foto. Solo quedan pequeños detalles como curaciones y que me quiten los puntos, dentro de nueve días. Volveré a fotografiarme la nariz para que quede constancia de cómo será mi nariz después del feliz proceso.