DIARIO ÍNTIMO 120
“A diferencia de lo que narran los cuentos, la vida real, cuando ha pasado, no se asoma a la claridad sino a la oscuridad”. Elena Ferrante «La niña perdida» (2014)
Domingo, treinta de marzo de dos mil veinticinco
Ayer, sábado, no fue un buen día…
Me dejé llevar embruteciéndome, sin alegría o presencia de ánimo, aunque trabajara en información para traer aquí, al diario (mi visita a exposiciones del otro día).
Por la noche, me dije, saldré a dar una vuelta. Le informé a Mi Charlie: -tú te acuestas y yo saldré un rato, volveré enseguida-. Mientras urdía mi fatal plan nocturno me estaba desnudando, bien para vestirme con la ropa nueva de salir o no ponerme ninguna y acostarme. Eso hice, acostarme, sin arrepentimiento ni nada.
Por la tarde hablé con Gabriel que me contó que adquirirá la nacionalidad estadounidense en breve (lleva allí veinte años). A España ya no volverá, salvo de visita. Su familia permanecerá en Estados Unidos y él con ella, claro. No sé qué extraña sensación me produjo esa información, pero sí sé que me desasosegó el resto del día. Es lógico, él ya es más de allí que de aquí porque allí estará siempre su descendencia. Lo entiendo, es lo mejor para él; pero, aun así, la sensación fue que mi hijo y yo no estaremos cerca en la muerte eterna (yo me pudriré aquí, en la misma tumba que mis padres). Irracionalmente algo se quebró, solo en ese momento, claro. No volveré a hablar de ese hecho con mi hijo. Ahora, como dice Ferrante, avanzo hacia la oscuridad con tantas cosas quebradas, rotas para siempre.
Nada vuelve, todo se aleja a mis espaldas. Lo que ya fue no será nunca más.
Me conmovió el otro día que Carmen, la que fue mi mujer cuando todavía éramos unos niños los dos (nos separamos después de nueve años de matrimonio, hace cuarenta y uno); que se había enterado de que me operaban el día siguiente me llamó para ofrecerse a acompañarme si lo necesitaba. Si Naty no hubiera venido conmigo, probablemente habría aceptado su sincero ofrecimiento (aunque en mi fuero interno sé que no lo habría hecho). Pienso así ahora por aferrarme a la ilusión de que nada acabe nunca porque delante solo está el abismo.
Lloro escribiendo esto. Sí, porque por encima de cualquier otra emoción en mi vida yo soy y he sido siempre un hombre que llora y llora.
Es el momento de dejar de escribir (son las nueve y media de la mañana) y hacer algo que me permita pasar un domingo indoloro. Desayunaré y luego, Mi Charlie y yo, nos iremos a caminar al sol, en silencio.
La Fotografía: Esta imagen tiene exactamente ocho días. Expresa con bastante verosimilitud lo que me está pasando ahora, de verdad.