LOS DÍAS 15.1
“Tener un cuerpo es tener un billete hacia la entropía y hacia la Oscuridad”. Manuel Vilas
Lunes, catorce de abril de dos mil veinticinco
Nunca sentí que podría pasarme lo que dice Vilas (mi escritor favorito), pero sí, ahora me está ocurriendo, mi cuerpo se ha levantado revolucionariamente contra mí y no sé si se comporta en justa medida o está abusando de un cierto desvalimiento psicológico; sí, porque me siento en crisis general, soy víctima de un abuso de fuerza de la capacidad del cuerpo de hacernos daño, a pesar de que seamos uno. Nunca he entendido bien esa dualidad, ese desequilibrio en el hecho de vivir, tan incontrolable.
Problemas dermatológicos, prostáticos, traumatológicos y algún otro que se me esté pasando en esta especie de catástrofe expansiva que es mi cuerpo ahora. Puro deterioro generalizado por desgaste. De la cabeza, prefiero no hablar hoy, lo dejaré para otro día (también está afectada).
Sin ir más lejos, desde hace días tengo una infección (parece, aunque vete tú a saber qué es) en el pene (tendrán que diagnosticármelo y hoy mismo iré a consulta) ¡qué desastre! y eso que sexualmente no lo utilizo. Debería estar como nuevecito, pero no.
Ayer fue uno de los domingos de estos últimos tiempos en el que me sentí más derrotado, desbordado por una falta de voluntad y decaimiento lamentable. Por la mañana acabé de mala manera el cuento sobre surrealismo que me ha ocupado cinco entradas, y que acabé exhausto.
Por la tarde, el estudio, ni lo pisé. Vi un partido de fútbol (ganado por los pelos), y como sentía mi casa y las horas como un peso que no podía soportar, le propuse a Mi Charlie, que saliéramos a dar un corto paseo despacio y no muy lejos. Él lo celebró y eso hicimos.
Durante el partido, y después en el paseo, seguí oyendo una novela entretenida e interesante de Andrés Trapiello, del que no había leído ninguna obra literaria, Me piden que regrese, que retrata la España de la posguerra y concretamente Madrid, a través de una historia de tintes políticos y policiales sobre la represión de células comunistas todavía operativas a mediados de los años cuarenta. También contiene una historia de amor, cómo no; una novela sin un entreverado romántico no va a ninguna parte.
Trapiello ya se había ocupado del contexto social y político de esa época con Madrid 1945: La noche de los cuatro caminos…
La Fotografía: Cena y película: Las hijas del califato (Rabia), de Mareike Engelhardt (2024). Escalofriante historia negra de mujeres jóvenes europeas que acuden inexplicablemente al martirio en nombre de Alá. Es inaudito como viajan felices e ilusionadas para nada más llegar caer en la humillación más insufrible, la de la pérdida de la libertad y el respeto hacia sí mismas. Deciden inmolarse y lo pierden todo, hasta la vida en muchos casos (lo que me lleva a pensar que se trata de seres profundamente estúpidos). Manipuladas por falsos valores espirituales, también estúpidos, son personas que se sienten segregadas de su ámbito social, rechazadas, no queridas. Quizá ese sea el auténtico motivo de tanta insensatez. Película más que estimable. Al menos la noche la acabé bien.