ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 43
“Los dos enemigos de la felicidad son el dolor y el aburrimiento”. Schopenhauer
Viernes, dieciséis de mayo de dos mil veinticinco
La cita: Vivo en ambos estados, de uno a otro, todo el tiempo. Luego feliz no soy.
Por ejemplo, anoche fue horrorosa, con dolores en el pene y con una estúpida lumbalgia. Sin dormir, arrastrándome como un repulsivo gusano al baño con demasiada frecuencia ¡esto se ha acabado! ¿quién quiere vivir así? Me pregunté y me contesté: yo, no.
Hoy, viernes, sigo convaleciente de la brutal eliminación de mí prepucio. Dicen que es mejor no tenerlo. No sé, nunca me estorbó. Sólo sé que las molestias, una semana después, son dolorosas e irritantes. Me enfadan y estropean mi estado de ánimo. Por cierto, es una pésima circunstancia la ausencia de prepucio, ahora, en plena vejez, que me imposibilita estrenar mi glande sin impedimentos y ver sí el asunto funciona mejor o peor que antes; si ha merecido la pena, aunque lo cierto es que no tenía otra opción (era un alíen). Pienso que estaría bien verme compensado de tanto dolor con un buen orgasmo vaginal; pero eso no será posible porque no tengo vida sexual y no porque no quiera, sino porque las mujeres me han eliminado de sus deseos, me han enviado al ostracismo y condenado al infierno de la total abstinencia erótico-amorosa. Y, mira que me jode que decidan por mí, pero si dependes de alguien para algo, te puede pasar.
Ni puñetera gracia me hace que me entierren con un pene nuevo sin estrenar. ¡Maldita sea!
En cuanto al aburrimiento (ausencia de pasiones), ahí está, presente a todas horas.
He acabado mis entradas sobre Bergoglio y ahora no sé qué traer al diario.
Por mucho que quiera tirar de mis circunstancias (son varias e insalvables todas), no me cunden, no me dan; a no ser que me repita. Odio hacerlo.
Leo, veo películas y fotografío cuando puedo (ahora no), pero me resulta insuficiente.
Ayer vi una maravillosa y hermosísima película rodada en Islandia (quizá escriba mañana sobre ella)
Hace una semana oí El tiempo de las mujeres (2002), de Ignacio Martínez de Pisón. Me encantan sus novelas. Es un gran narrador de las vidas de gentes que contadas por él se convierten en personajes. Son gentes normales plenamente integrados, o no, en sus contextos sociales, a los que les pasan cosas sencillas y naturales del vivir en el mundo. Y, siempre, todas sus criaturas, en lo que les ocurre y en lo que no, alcanzan una dimensión metafórica y extensible a la vida de cualquiera de sus lectores. Puro ejercicio de sabia y ejemplar escritura. En esta última historia, tres hermanas jóvenes, en el tiempo de la transición política, están aprendiendo a vivir y a encontrarse con la vida y sus rigores. Obra dinámica, bien trabada a partir de la narración en primera persona de cada una de ellas; con acierto en el retrato de época y con sutil y brillante sentido del humor, no exento de crudeza, crisis existenciales y naturalismo plenamente literario.
Martínez de Pisón, en 2014, dijo: “…si todas tus novelas pasan por ti pierdes todo lo demás; la mía es una novela del nosotros; indagar en los demás también es hacerlo en ti; si solo te interesa lo tuyo no debes escribir sino ir al psicólogo”.
Ignacio, tienes razón, yo solo escribo de mí; pero debo y necesito hacerlo. Soy diarista, género que, en esencia es hablar de uno mismo. No pasa nada por ello porque lo importante es escribir, de lo que sea y cómo sea. Yo lo hago, porque sí y porque no me saldría otra cosa. No pido dinero a nadie que me lea; y, en vez de ir al diván del psicólogo, prefiero confesarme en mi cheslong de escribir. Y, sobre todo, Pisón, porque por encima de todo: “allá cada uno”. A cada uno lo que le sirva. No, no me enfado contigo, seguiré leyéndote y disfrutando de tus novelas porque me gustan mucho. Gracias, por tu trabajo; lo creadores como tú, a fin de cuentas, sois inmensamente generosos con muchos.
Cuando las horas son en cuesta arriba, pienso que, teniendo novelas y películas, nada malo me puede pasar.
La Fotografía: De la épica y bellísima película a la que me refería antes (Godland, de la que escribiré mañana, seguramente), en la que hay un fotógrafo del s XIX, con su prodigiosa e inaudita puesta en escena al fotografiar. Bellísimo y alquímico momento. A mí me habría encantado ser fotógrafo en aquellos momentos (de hecho, hasta hace muy poco iba por el mundo con una pesada cámara analógica de medio formato, pero sin la protección de la manta mágica o sábana o lo que fuera).