COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 88.1
“De la barbarie solo nos aleja el deber, afirma en una vuelta de tuerca pesimista hacia el superyó y el sentimiento de culpa que comparto plenamente. Un superyó también subjetivado, eso sí, un juicio moral autónomo que está prácticamente ausente en los invertebrados, en los hombres y mujeres huecos”. Lola López Mondéjar, Invulnerables e invertebrados- Referencia a J.M. Coetzee, Elizabeth Costello, Siete cuentos morales)
Lunes, catorce de julio de dos mil veinticinco
La lectura de la obra de Lola López Mondéjar me está suscitando, sin yo quererlo (lo único que yo quiero es la felicidad, como vengo repitiendo), ciertas reflexiones que me vienen un poco a trasmano, porque Lola es una muy firme defensora del compromiso solidario con la humanidad, y, consecuentemente, una furibunda enemiga de la indiferencia a la que ella denomina los cabezas huecas, es decir, postmodernidad líquida y pura alienación neocapitalista.
En su pasión argumental se remonta al histórico comunista: Antonio Gramsci, que ya es remontarse, porque nos sitúa casi en la época de la prerrevolución rusa “Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes”.
Esta sólida deriva ética por parte de la autora, profusa e inteligentemente expuesta, supone nadar contra corriente, ahora que la indiferencia ha prendido tan sólidamente en nuestra sociedad, la de aquí y la del mundo.
A pesar del cierto rechazo a sus tesis cuando me di de bruces con ellas, y no sé por qué dado que ya el título denotaba, he ido entregándome al hilo de sus reflexiones sin enfado, teniendo en cuenta que yo me siento invertebrado, aunque no invulnerable. Y soy invertebrado por viejo, y porque el serlo, creo que nos coloca a los de nuestra condición en mejor disposición para cumplir con nuestros objetivos, el tranquilo placer, o el que hago mío como objetivo prioritario: ser feliz, que a la edad que me martiriza es un prodigio, porque ya no se cuenta para nada ni nadie. Es entonces cuando uno llega a la conclusión que mejor desprenderse de la estructura ósea porque ya solo ocasiona dolores. O, dicho de otro modo, hacerse postmoderno, es decir, invertebrado, que no invulnerable porque eso es cosa de jóvenes vigorosos.
El caso es que yo hoy no quería escribir de la obra de Lola, sino de la película La mujer de la montaña, de Benedikt Erlingsson, (2018), película islandesa que me gusto mucho y que vi el otro día.
Lo que sucede en esa película tan estupenda y gratísima de ver, con la protagonista cometiendo actos de sabotaje con un arco y flechas o cazando drones que la persiguen, de igual modo, me situó en el centro mismo de la dicotomía ético-moral que plantea López Mondéjar, activismo sí, activismo no.
La posición meditada se ramifica en multitud de variantes a las que ya no alcanzo, al menos en esta entrada, porque se me ha hecho tarde para unas cosas y otras…
La Fotografía: Imagen de la película mencionada. La mujer de la montaña, luchando denodadamente para abatir al dron que la perseguía con malas intenciones, con una careta de Nelson Mandela (todo un guiño a la imbatible idea del compromiso).