Diario de lo Difícil 1
“Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, puesto que la esperanza es la mayor tortura y la desesperación la mayor felicidad”. Mahâbhârata
Sábado, diecinueve de julio de dos mil veinticinco
Nuevo capítulo del diario: Lo Difícil. Ahora todo lo es. Ha sustituido al que había llamado –Lo Imposible– que no llegó a despegar, solo fue un título, una ocurrencia de las que engañosamente creo que me sientan tan bien, en mi línea desesperada, pero, a fin de cuentas, un punto de encuentro para el equilibrio.
En estos días me siento mejor porque hay una mujer en mi vida, Rocío, que antes no estaba. Juntos hemos creado, en poco tiempo, un espacio de encuentro cálido, cercano, prometedor y que puede alcanzar lo gozoso, aunque todavía no sabemos si será posible o imposible, por eso este capítulo, por acercarme objetivamente al enigma de nuestra relación como personas muy adultas que ya somos (sobre todo yo).
He pasado de lo imposible a lo difícil. No sé en qué estadio se encuentra ella. Por mi parte, quizá tenga que leer Los amores difíciles, de Ítalo Calvino (la literatura es esencial para entender mejor la vida, cada día más difícil), aunque puede que esté anticuada (1989), pero el título es tan bonito y sugestivo que, seguro que funciona, y, a fin de cuentas, yo soy mucho más viejo que los relatos de Calvino.
En este capítulo, seguramente, escribiré de lo de siempre, pero si antes era desde la perspectiva de lo irrealizable, ahora procuraré colocarme en el plano de lo posible, aunque difícil por complicado.
Primero, en mi vida, allá por los setenta, fue una férrea voluntad de cumplir con el patrón de compromiso amoroso y social en general, bajo el cielo protector de la juventud exultante e intachable honradez. A medida que el mundo saltaba de una década a otra (los ochenta), los tiempos y valores se movieron y yo, irresistiblemente, con ellos sin que apenas me diera cuenta de que me licuaba también porque, afortunadamente, no me había solidificado con los valores del pasado, salvo porque seguía y seguiría siendo fotógrafo analógico durante cuatro décadas más (un anacronismo impropio).
Fue, todo lo contrario, me instalé en lo nuevo como propósito y que mi vida fuera excitante y hedonista. Sin saber cómo se llamaba me convertí en posmoderno (*), aunque todavía no se manejara el concepto. Todo era tan sencillo y probablemente simplista como intentar pasarlo lo mejor posible, pero eso sí, en mi caso sin apenas ideas propias: mero mimetismo y seguidismo de los que verdaderamente se lo pasaban estupendamente.
Más adelante llegaron los noventa, claro, y ya no sé muy bien lo qué pasó en esa década, pero sí recuerdo que no me pareció prodigiosa, pero sí feliz por acomodada en todos los sentidos. No obstante, seguí siendo el mismo tonto de toda la vida, pero, por suerte, me encontraba bien acompañado. Entonces, los amores eran fáciles, o eso me parecía. La estabilidad amorosa siempre ha sido, a pesar del posmoderno que era entonces sin advertirlo, muy importante para mí.
Y, por fin el siglo XXI, igual o mejor que el final del XX. Eso sí, las dos primeras décadas.
En la tercera el suelo se resquebrajó a mis pies, a la mierda con todo aquello que tanto me gustaba y para completar la catástrofe, llegó la vejez como una erupción corrosiva y abrasadora, una falla sísmica, una bomba nuclear sobre mi puta cabeza vacía.
Entonces, la vulnerabilidad como síntoma y realidad, súbita e irreversible. Se había acabado lo que se daba y de posmodernidad, nada de nada, solo supervivencia con chaleco salvavidas en noche oscura de tormenta.
Por eso, a estas alturas del tiempo, en este diario y para paliar el naufragio, un capítulo titulado –lo difícil- que me parece un salto hacia delante: de lo Imposible a solo lo Difícil. No está mal, ya lo creo que no.
(*) “La cultura posmoderna disolvió la moralidad religiosa o antirreligiosa (socialista, comunitaria) arrasando con el concepto mismo de deber: la abnegación se expulsa de los ideales éticos, y se sustituye por la satisfacción de los deseos inmediatos, la pasión por el ego, la felicidad es intimista y materialista, el culto a la eficacia, el éxito personal, son las metas”. Lola López Mondéjar
La Fotografía: No tengo ni idea de lo que pasaba por la cabeza del artista (no anoté su nombre) contemporáneo que realizó esta escultura con recado, parece, y que me encontré en Arco este año. Más que la evidente ceguera que aparenta me sugiere ruidosa y musical vitalidad ante lo que le surja o se encuentre y le guste. Por eso la traigo hoy a la entrada inauguración de Lo Difícil, que, aunque pueda parecerlo, no lo es tanto. Deseo.