DIARIO ÍNTIMO 129
“…no hay nada relevante en el relato de los triviales sucesos de mi vida. Nada hay relevante y todos los fragmentos son, en efecto, borradores…grises borradores de mi vida”. Enrique Vila Matas
Miércoles, veintitrés de julio de dos mil veinticinco
Hoy sí que va completamente en serio: no tengo absolutamente nada sobre lo que escribir, y me pregunto: ¿Es que me estoy muriendo y no me he dado cuenta? Creo que no, pero no sé. Digo yo que a la muerte la habría visto venir, como le pasó a mi padre (espero haber heredado de él esa facultad). Es lo único que me contó seriamente en veinticinco años que compartimos en el mundo.
La vio un jueves, me lo contó un viernes por la tarde, sentados en un banco de ladrillo apoyado en una pared de la casa, cuando se ponía el sol frente a nosotros.
Mi padre, solo fue bueno. Todavía no he conseguido saber si tuvo sustancia o tan solo fue intuitivo, que lo fue. Sin embargo, sí me informó de que se marcharía pronto, una tarde de agosto: -hijo, ayer vi venir a la muerte-. Yo, que no valía para nada, lo dejé pasar. Claro, porque el que no tenía sustancia era yo, ni antes ni después. Él al menos era tremendamente intuitivo (tanto como para comunicarse con la muerte).
El sábado por la mañana se hizo presente la maldita parca haciéndole perder el conocimiento, sin mayor transcendencia porque lo recuperó instantes después; en ese momento ella solo fue un heraldo negro que anunció cómo sería la transmutación de mi padre vivo en mi padre muerto; y, final y realmente sucedió el domingo a las siete de la tarde, exactamente de ese modo, pero ya sin retorno. Una santa epifanía que duró tres días.
En nuestra vida cotidiana jamás nos hablábamos, creo que si se pudiera sumar el tiempo que duraron nuestras conversaciones, no digo ya comunicarnos, sino simplemente hablarnos, probablemente apenas llegaría a un día, en veinticinco años, y no fue porque estuviéramos enfadados, qué va, simplemente era porque no teníamos nada que decirnos.
Mi padre nunca acertó a decirme nada que me sirviera para mejorar mi vida, es decir no me educó, o sí lo hizo de la manera más exigente del mundo: apáñatelas lo mejor que puedas, muchacho. Fue así, aunque nunca pronunciara esas palabras. Jamás he reprochado a mi padre su silencio: tenía razón en su mutismo. Mejor no decir que decir por decir: lo erróneo. Las orientaciones vitales solo pueden ser equivocaciones. Las vidas no son, por definición, intercambiables. Conocí a un hombre, hace muchos años, que se pasaba la vida diciendo: -mi padre, decía, y lo reproducía-. Era un hombre sensible, honrado y bueno, pero desoladoramente gris. Quizá por culpa de la alargada sombra de su padre.
Es asombroso, porque, aunque no había interrelación entre nosotros, mi padre y yo nos conocíamos muy bien. Yo tal vez porque le quería, aunque nunca se sabe muy bien cuánto se quiere a un padre cuando está vivo, o eso creo ahora. O tal vez no le quise lo suficiente porque no hice nada por salvarle la vida un día antes de un aviso cierto, el sábado mismo.
Fue un hombre callado, al menos conmigo y yo entonces lo achacaba a limitaciones, pero estaba equivocado. Recuerdo que con mi madre si hablaba bastante, cuando no la increpaba porque estuviera bebido, que era casi todos los días.
Él me conocía bien, estoy persuadido, porque, probablemente desde siempre supo que yo era una decepción y me canceló como caso perdido para cualquier causa. Un día le oí decir a mi madre (él no se percató que le estaba oyendo), que yo era un desgraciado (en mi adolescencia, en ese momento); no dije nada, porque ya sabía que mi padre, el gran intuitivo, tenía razón entonces (solo sentí tristeza y resignación); y luego, ya sin estar él en el mundo, lo he comprobarlo ad nauseam. Un día me acercaré al cementerio, donde no voy desde hace años, para decir a mi padre que tenía razón, qué él fue mucho mejor que yo. Será nuestro secreto y última conversación.
Es curioso y mágico el hecho de escribir cada día, porque ayer, que no tenía “tema” para hoy, y ya casi atardecía, decidí a la desesperada, escribir sobre el hecho de llevar un diario, y me encontré con una cita de Elías Canetti: “Di tus cosas más personales, dilas, es lo único que importa, no te avergüences, las generales están en el periódico”.
Lo pensé mejor y, dado que ayer escribí sobre las cosas de los periódicos, me decidí, bajo la inspiración de Canetti, a escribir sobre cosas íntimas y personales. Las demás no sirven para nada, solo para aburrirse uno consigo mismo.
La Fotografía: Yo mismo, este año, fotografiado disfrazado de otro por no soportarme ya vestido de mi mismo. En fin, mis cosas, mis tonterías…