LOS DÍAS 26
“Los animales de compañía más importantes que el dinero. “Para el 10% de los ingleses encuestados los animales resultaban más importantes para la felicidad personal que el cónyuge. Para el 20%, los animales eran más importantes que los hijos, y más de 1/3 consideraba que lo eran más que su trabajo. Casi la mitad de todos los encuestados consideraban que los animales de compañía son más importantes que el dinero, y el 94% prefería entretenerse con ellos que ver la televisión”. Elías Canetti
Sábado, veintiséis de julio de dos mil veinticinco
Creo que Canetti, grosso modo, exageró, es más, no me lo creo (más bien, la mitad de la mitad, sobre todo por lo de la televisión). Importantes lo son mucho, sí, pero también terriblemente problemáticos.
Mi Charlie es un perrito tan viejo como yo (no sé quién se morirá antes de los dos). Ahora en su casi profunda vejez, le ha dado por hacer lo que nunca había hecho: largarse cuando le saco a las once de la noche a mear a la calle (suelto, si lo ato no mea, no se lo permiten sus principios de perro independiente y caprichoso). Mi última “movida” con él: cualquier noche, después de varias portándose bien, súbitamente, se le cruza algo en su cabecita loca (no sé el qué) y comienza a caminar con determinación alejándose de mí y de la casa, al mismo tiempo que cierra los circuitos de su razón y de sus orejas. Gana distancia y nada le hace cambiar el rumbo de su terca y obtusa decisión hasta que le pierdo de vista. De nada sirve que lo llame.
Una de las noches que decidió irse, después de buscarlo durante más de una hora andando y con el coche le encontré al lado mismo de la puerta de su dueña, que vive a dos kilómetros o más, en otro barrio. Eso sí, cuando divisa mi coche viene desesperado a subirse porque debe pensar que la cosa empieza a complicarse demasiado. Da la impresión de que no puede evitar hacerlo, está en su naturaleza de perro viejo y quizá frustrado por la edad, como yo, aunque esas cosas yo todavía no las hago. Me lo pensaré y cualquier día me escapo de él, a ver qué le parece.
A lo largo de su larga vida la ha liado muchas veces, hasta todo un día estuvo desaparecido hace ocho años, porque sí, porque entonces le daba la puta gana desaparecer durante horas. Luego volvía, pero nos tenía todo el día buscándole.
Me la ha jugado de muchas maneras, pero esto último, lo de las fugas nocturnas no lo había hecho nunca.
El jueves por la noche, otra vez: estábamos juntos en la calle, tranquilamente, y de pronto comenzó a caminar alejándose, fui tras él llamándole, pero nada, él iba más rápido, hasta que se lo tragó la noche.
Ah sí, conque esas tenemos, pues hoy te voy a sorprender -dije en voz alta y cabreado a más no poder-
Él se fue en dirección de la Academia de Infantería (hacía arriba) y yo en la contraria (hacía abajo), con intención de rodear el gran hospital colindante con nuestra casa. Esperaba que en algún punto del rodeo me lo encontraría. Y, ¡voila! Cuando yo iba y él volvía, nos encontramos en un punto equidistante, a casi un kilómetro de nuestra casa. No se percató que me acercaba, iba ensimismado con las cosas de su rebeldía tardía y noctámbula, tan tranquilo. Desde una sombra donde me había camuflado, me planté frente a él y le pregunté ¿dónde te crees qué vas? Se asustó y se quedó paralizado como preguntándome ¿qué haces tú aquí? Se aseguró que era yo (estaba oscuro) cuando lo entendió, se acercó moviendo el rabo. Lo até, claro, y volvimos a casa en silencio. El jodido porque le había cortado el rollo, y yo bastante cabreado porque en vez de en la cama estaba por ahí, a las doce de la noche, persiguiendo sombras y a mi dichosa mascota. Y así llevamos diez años, con estas molestas tonterías.
La Fotografía: Mi Charlie, con una mirada preventiva e inquisitiva porque estábamos en una clínica veterinaria. Sus múltiples enfermedades a lo largo del tiempo, desde una meningitis autoinmune cuando era cachorro, hasta un tumor en el bazo hace dos años (intervinieron y se quedó sin bazo y menos mal que sin tumor); aparte de otras, todas incurables por autoinmunes, nos han obligado a peregrinar por clínicas, hospitales y ciudades. Cuando tomé esta foto, en enero de este año, nos encontrábamos en una clínica de Talavera de la Reina, donde le diagnosticaron parálisis del párpado derecho e infección en el oído, susceptible de intervención quirúrgica; menos mal que luego ambas cosas quedaron en nada. Pero de esa clínica, después de un TAC y análisis de sangre y orina, no salió libre de otra lamentable enfermedad: insuficiencia renal irreversible y progresiva que requiere tratamiento de por vida. Entramos por una cosa y salimos con otra.