DIARIO DE LA NADA 20
“Paul Ricœur, en su obra Caminos del reconocimiento, vincula el reconocimiento con la problemática de la identidad narrativa. Dice el filósofo: En la forma reflexiva del «contarse», la identidad personal se proyecta como identidad narrativa […] Lola López Mondéjar (Invulnerables e invertebrados).
Martes, veintinueve de Julio de dos mil veinticinco
Ayer hablé de una película que no conseguí ver por no estar doblada: Cualquier día en cualquier esquina, de Robert Wise; pues bien, era mentira, según me dijo con un bromazo Rocío, lo que pasó es que lo estaba con el título en español con el que se comercializó: Buscando un destino, título malísimo por simplista, sin resonancia literaria comparado con el americano, infinitamente más incierto y sugestivo.
Hoy no estoy especialmente inspirado para completar la entrada de mañana, sobre todo porque he escrito otras cosas, pero no me cuadran porque necesito continuidad y más días, y el mes se ha acabado ya.
Es decir, esta entrada es de relleno, como casi todas. Alimento para los peces de colores o los pájaros del bosque.
El diario no está pasando buenos momentos desde hace dos meses (las entradas se han reducido a la mitad) y no sé por qué; ya que yo me siento bien escribiendo y además me han gustado las últimas del individuo con identidad narrativa que al parecer soy. Otra no tengo.
Mi motivación para escribir radica en conquistar una identidad unipersonal, si es que eso es posible, que no lo sé. Al parecer no existe la vida sin identidad (intersubjetiva, naturalmente), según dicen, porque el sentido de la vida surge en relación con los demás (esto último creo que lo dice López Mondéjar o alguno de sus invitados).
Últimamente, me ha dado por pensar que la vida sin referentes externos es posible, es más, si me pongo estupendo en la tesis hasta me entran ganas de experimentarlo. Existen pruebas fehacientes (más o menos) de que los eremitas lo consiguen, no sé si con apoyo de órdenes religiosas o no. Tendré que investigarlo.
Me entreno para ese desafío todos los días, aunque con interferencias. Me lo tendría que tomar más en serio. Pero, me engaño porque si lo consiguiera, de paso, el éxito neutralizaría la gloria porque pasaría a tener una identidad: la del eremita, que, encima se parece demasiado a un personaje de leyenda digna de singularidad reverencial.
No sé…
La Fotografía: Yo hablo al mundo desde aquí, pero me sale inaudible más allá de mis límites privados. Respuesta no tengo. El silencio es absoluto, salvo porque mi yo narrativo se activa. “Se hace el silencio” (qué dijo un artista performativo en Arco de este año). En consecuencia, mi identidad es subjetiva (o a lo mejor intersubjetiva, pero anónima). Todo está bien así: vivo como prefiero.