DIARIO DE ENVEJECIMIENTO 65
«Tenemos tantas personalidades como personas nos conocen.» William James. A lo que yo añadiría: «No tenemos personalidad si no hay nadie que nos conozca. Si no hay personas a las que aspiramos a convencer de que merecemos existir» Joyce Carol Oates (Memorias de una viuda); ambas citas recogidas por Lola López Mondéjar
Treinta y uno de julio de dos mil veinticinco
En estos días estoy leyendo con la atención que me permite mi tendencia a la desconcentración, la obra de Lola López Mondéjar, claramente orientada a desmontar cualquier beneficio de la posmodernidad a la que define, entre otras descalificaciones, de neoliberal en la vertiente más despreciable del capitalismo inmisericorde, aparte de la disolución en ácido de principios y valores sólidos de cierta modernidad ya superada por otras imperiosas exigencias. Eso no quiere decir que esta obra no sea digna de la mayor atención y consideración intelectual (muy bien sostenida en una andamiaje filosófico y argumentativo sólido). Luego, el pues sí o pues no, depende de la sensibilidad y desarrollo intelectual de cada cual.
Cualquier tipo de lectura en general, y sociológica o psicológica en particular, para un tipo como yo (viejo) tiene un valor relativo en lo vivencialmente operativo. Me explico: Las obras teóricas o filosóficas o científicas si se prefiere, en general, están pensadas y concebidas para gentes en la mediana edad, momento en lo que todo es posible, pero no así para los viejos, a los que ya casi nada nos es posible. Somos clase aparte, categoría de seres vivos con identidad genérica propia y muy numerosa, hacinados todos en contenedores de obsolescencia y disminuidos por falta de energía y perspectivas de actividad, o en el peor de los casos, enfermedad física y psíquica. O, dicho de otro modo: la sociedad viva y no solo productiva, se divide en las categorías ya conocidas: Infancia (6 – 11 años) Adolescencia (12 – 18 años) Juventud (14 – 26 años) Adultez (27- 59 años). Luego un vasto espacio vacío y oscuro donde reina la inexistencia. Sí, existimos biológicamente, pero no contamos para nada ni para nadie. Cuando se habla de consumo, o de cultura, o de arte, o de política, o de creación, o de amor, o de sexo, o de lo que sea, siempre se sobreentiende que eso es para los demás, no para nosotros.
“A los sesenta años ya estás sucio, por eso muchos seres humanos deciden morir a esa edad. Vislumbras la muerte y fábricas en tu interior la apetencia del no ser”. Manuel Vilas
Por eso, por todo eso, qué más da todo este inteligente despliegue que hace López Mondéjar sobre la posible salud del alma a partir del reconocimiento de y en los demás; que también corroboran los autores que trae a su obra.
Hay obras que deberían traer una recomendación: abstenerse lo viejos porque lo escrito en este libro no les es de aplicación. Y, en consecuencia, mejor olvidarse a no ser que seas muy aficionado a estas quiméricas disquisiciones. Solo hay que fijarse en lo que dicen los autores de la cita introductoria para darse cuenta de que en la vida humana al final hay una gran falla que se traga todos los buenos y sabios propósitos de las etapas anteriores. Los viejos ya nos desconocemos todos entre sí, nos damos exactamente igual unos a otros.
“El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo sino la indiferencia del alma”. André Maurois
No obstante, todas las consideraciones anteriores no son óbice para disfrutar de Invulnerables e invertebrados, especialmente del excelente capítulo VIII, de la tercera parte: contra la identidad, subjetividad y androginia.
La Fotografía: Cortos de Agnès Varda: Lôpera moufe (1958).