DIARIO DE UN CONDENADO 16 y 3
“Cuando el relato de una vida solo puede narrarse desde la perspectiva de las otras, el yo es una víctima sufriente que ha perdido el control sobre su propia existencia. Cuando esa historia solo puede relatarse desde el punto de vista del individuo, ese yo es narcisista y solitario y puede haber alcanzado su autonomía a costa de la solidaridad. Alcanzamos un sentido coherente de la propia identidad cuando integramos con éxito autonomía y solidaridad, cuando mezclamos adecuadamente justicia y cuidado”. Seyla Benhabib (citada por Lola López Mondéjar, en Invulnerables e invertebrados).
Jueves, siete de agosto de dos mil veinticinco
… Seyla habla de la perfecta coherencia y sabia madurez de una vida, cuando se refiere al equilibrio entre individualidad y actividad social ¡qué bien!
Ese virtuosismo está fuera de mi alcance. Yo más bien estoy en la primera opción, sin duda; pero sociópata no soy.
Y, por si mi elección resultara poco convincente, tengo algunas ideas al respecto, veamos: dado el individualismo creciente en la sociedad, pero también un desesperado gregarismo (las dos caras de la misma moneda), se me ocurre que una higiénica solución partiría de la idea de que cada perro se lama su herida, o, dicho de otro modo, que el máximo número de seres humanos opten por un estilo de vida que conlleve no molestar a nadie, es decir, aclimatarse a la pura soledad. Contra toda la lógica emocional o necesidades espirituales y sentimentales de los mamíferos que somos, que tanto sufrimiento nos causan, una alternativa aséptica, inasequible a las frustraciones, aunque artificial, sería el mundo cyborg: unión entre lo orgánico con lo cibernético; es decir, organismos biológicos que usan la tecnología para ampliar o mejorar sus capacidades, sentidos y formas de relacionarse con el mundo (Google).
Hasta que llegue ese momento de pura perfección, una vez que la humanidad haya conseguido desprenderse de la ansiedad temblorosa, del pánico al vacío o las esclavizantes necesidades sentimentales y carencias de todo orden, lo mejor sería aislarse y al menos eludir todo lo que suponga dependencia o necesidad imperiosa de los otros. Autosuficiencia, por Dios; y que Lola López Mondéjar me confunda (si me conociera). No hay peligro en eso.
Por hablar un poco de hoy, ya que esto es un diario: en el paseo mañanero he comenzado a escuchar: El verano de Cervantes, de Antonio Muñoz Molina, siempre impecable en todo lo que escribe, tan creativamente pulcro y perfecto (creo que nunca ha dejado de crecer), sea novela o ensayo. Antonio es un hombre y un artista sereno y prolífico (no le conozco), pero a partir de sus obras solo se puede pensar eso de él. En absoluto sospechoso de desequilibrios emocionales o psicológicos. Entre sus dos principales vertientes creativas (novela y ensayo), tal vez prefiero el ensayo, hasta que leo una de sus novelas y entonces me decanto por la ficción. En esta última obra, por el momento (acabo de empezar) se refiere a Don Quijote, tan inmensamente humano, justamente lo contrario de lo que he defendido en la entrada de hoy. Me constituyen mis contradicciones, una nueva acepción de uso íntimo para mi insuficiencia mental.
La Fotografía: Un condenado como yo, de la película Sobre lo infinito (2019), de Roy Andersson, autor que está en plena actualidad en mi vida de estos días y seguirá durante bastante tiempo, al menos fotográficamente, porque la combinación de sus imágenes con restallantes frases son una combinación perfecta que sienta muy bien a mi alma (no existe, pero es una metáfora definitiva e inmejorable para definir la propia manera del vivir sensible). Este hombre condenado (como yo), es un pobre desgraciado que al parecer va a ser fusilado (se sobreentiende porque en la película no aparece la ejecución) y será por creer en algún ideal que no le ha sentado bien a su vida, por lo que se ve abocado a pedir clemencia que no obtendrá y porque además de la humillación perderá la vida. Hay que ser precavido en lo que se cree y con los compromisos que se adquieren.