MONÓLOGOS SOBRE ARTE 33.3
“Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya”. F. Nietzsche
Domingo, diecisiete de agosto de dos mil veinticinco
… Podría seguir escribiendo sobre la exposición de Terrafilia, pero no lo haré porque este diario no va de monográficos, salvo el de mi vida, plenamente justificado.
Debo estar batiendo algunos récords que nunca serán homologados, entre otros: persistencia de una publicación en un espacio web sin fallar un solo día (7841 entradas escritas con sus fotos y todo) y a cambio de nada, ni dinero ni prestigio (aquí ya no entra ni Dios a mirar); o caudal de escritura: miles de páginas escritas para no decir absolutamente nada relevante que sirva para algo o a alguien, salvo a mí, y, probablemente, ni siquiera eso. Quizá haya algún récord más, pero ni siquiera lo buscaré. Carece de importancia.
Mi empeño tiene la grandeza del absurdo y eso me compensa íntimamente. Algo es algo y está bien porque podría ser peor: que ni siquiera un inigualable y colosal esfuerzo existiera en mi vida.
A ver, a lo mejor al final retomo Terrafilia, aunque solo sea con alguna fotografía…
Antes, contaré como llevo el fin de semana (hoy es domingo).
Por la mañana he paseado por la senda del río, con Mi Charlie. Nos hemos parado al borde de un arroyo, unos metros antes de que desembocara en el rio grande, para que Mi Charlie diera un pequeño paseo dentro del arroyo. Le gusta mucho y, a medida que camina con el agua acariciándole la tripa, da sorbos de agua fresca. Y en esto llegó una mujer increíblemente atlética con su perro/a Border Collie, que también se ha metido en el agua. Mientras los perritos chapoteaban, esa mujer y yo hemos trabado simpática conversación. En un momentito de nada hemos llegado a la conclusión, calladamente, de que nuestras vidas nunca confluirán en ningún punto común más allá de este momento; a saber, ella me ha dicho que le apasiona el ejercicio físico, a mí no; que lo hace a diario corriendo y en gimnasio: es extremadamente delgada y musculada (hasta tabletas en el vientre tenía); yo, por el contrario, camino despacio, estoy ligeramente gordo y tengo una despreocupada e incipiente barriga (creo que debo dar algo de grima). Ella dijo tener cincuenta años (aparenta casi más porque está reseca, sin un gramo de grasa (acariciarla sería como hacerlo a una superficie metálica, sin zonas blandas, tan mórbidas, que se vieran); yo tengo setenta y dos y, dicho de otro modo, podría ser mi hija (Gabriel cumple este año los mismos que ella).
Por qué estoy escribiendo ahora sobre la banal y breve conversación con la fabulosa mujer dura como una roca: sencillo, porque me atrae por su estilizada figura y su velocidad cuando me cruzo con ella. Es tan rápida como una flecha que no acierto a retener en mi mirada. Cuando ha pasado tengo que volver la cabeza para cerciorarme de que sí, que era ella, evanescente e inalcanzable. Para mí es como una representación súbita e inesperada de una Diana rediviva que aparece y desaparece como estela fugaz. Es la Diosa del río que pasa por mi barrio.
Y, siguiendo con mujeres, y esta vez nada de diosas del olimpo: me ha escrito mi nueva amiga Pilar, y hemos cruzado cariñosos y amistosos mensajes.
Ahora, en mi patio de clausura es la una del mediodía y ya siento un insoportable calor.
Comeré y a ver cómo me va la tarde. Seguiré con lo mismo. No me doy respiro porque el discurrir del tiempo tampoco lo da…
La Fotografía: Exposición, Terrafilia: En la gran pantalla la representación de una instalación artística y un proyecto de investigación, que explora el fenómeno natural de la bioluminiscencia, producido por el microplancton, presente en diversas zonas del Caribe. Susanne M. Winterling aborda este fenómeno como una manifestación de la inteligencia con una Ópera planetaria y bucle gravitacional dividido por las corrientes (2018). En la misma sala: Morsa roja, de Carsten Höller (2011), representa la precariedad ecológica, a través de un cuerpo sintético rosa que parece varado entre la extinción y el artificio.