Diario de mi Felicidad 10
“…MamáMadre solo hay una. Pero cada padre es un enigma. Y todo hijo necesita resolverlo”. Jorge Fernández Díaz
Domingo, treinta y uno de agosto de dos mil veinticinco
Anoche vino Ángel a que cenáramos juntos pizza viendo un partido del Madrid, que ganamos con apuros (siempre es así, por la mínima, lo que no contribuye a que nuestros espíritus se ensanchen y nos reafirmemos como triunfadores). El problema que tenemos es que ya es tarde para que cambiemos de equipo, máxime cuando por aquí no hay otro mejor.
Mi Charlie, que no come su comida propia, la pizza le encanta, la devora con ansia. Mi perrito morirá virgen así que por lo menos que disfrute comiendo.
Hoy, en el paseo he seguido oyendo El secreto de Marcial, de Jorge Fernández Díaz, premio Nadal (2025). No conocía a este autor (no conozco a nadie) y me ha encantado a la vez que me ha interesado vivamente. Me gustan mucho las obras de autores argentinos, escuchados de viva voz por lectores-intérpretes del mismo hemisferio, con sus modismos y sus vueltas y revueltas al idioma español al que ellos le dan una dimensión personalísima, original e inesperada en cada línea, puro gozo para los sentidos y la inteligencia.
La novela, que acabo de terminar hace un rato me ha conmovido. Mañana mismo empezaré Mamá, sobre su madre, que estoy seguro de que me emocionará como esta, sobre su padre.
A Marcial, fallecido ya, asturiano emigrado a Argentina, se acerca Jorge, su hijo, buscando desentrañar secretos e iluminando sombras para saldar cuentas emocionales y afectivas con él. Tuvieron una relación controvertida, plagada de silencios y malentendidos.
En el itinerario que sigue Jorge en su indagación, incluye multitud de películas, sobre todo del Hollywood dorado, que a ambos les apasionaba. A veces compartieron películas y mitomanías. La novela, además, es una antología cinéfila, plagada de comentarios críticos y sustanciosas referencias a los actores que las encarnaban. Veían sus películas de culto muchas veces y establecían paralelismos entre el cine y la vida. Mezclando ambas, extraían un destilado del que sacaban instrucciones de uso para la vida y la ficción. Obra intima e intensa, bellísima y dolorosa, con cierto suspense por la investigación que despliega Jorge, orquestada en torno a personajes de la comunidad de emigrantes españoles en Argentina, especialmente asturianos. Un gozo de principio a fin. El último capítulo lo he oído devotamente, impresionado por el peso de amores infortunados.
Por la senda me he cruzado con la valkiria voladora (ella corriendo muy deprisa, yo andando muy despacio). He levantado la mano a modo de saludo y reconocimiento. Ella me ha dicho adiós, o eso he creído porque como es vertiginosa y además vuela, de la primera letra a la última ya ha recorrido diez metros por lo menos, y no termino de oír lo que dice.
Más adelante, me he cruzado con la conocida joven perturbada y conflictiva y sus dos robustos perros de aspecto feroz. Con esa mujer, no sé por qué, siempre que nos vemos nos insultamos (según me han dicho ella insulta a todo el mundo). Siempre es iniciativa suya porque a mí me da mucha pereza insultar, supone una intimidad fatigosa, molesta y peligrosa. Esta vez:
Ella, al cruzarse – vaya asco de perro- (por Mi Charlie, que caminaba tranquilo a mi lado)
Yo, sin ni siquiera mirarla –vete a tomar por culo, payasa de mierda-
Y ya está. Cada uno hemos seguido caminando, alejándonos como si nada.
Mientras caminaba he cruzado mensajes con Pilar, de regreso ya.
Luego, en casa, he desayunado y me he instalado en la clausura. He mantenido una conversación telefónica con mi amigo-hermano Armando.
He escrito, y, de pronto, ya era la hora de comer. Esta tarde seguiré con el apartado foto de esta entrada.
La Fotografía: Cuando me acercaba al final del paseo por la senda, un globo aerostático se ha colocado encima de mi cabeza, con los característicos ruidos asmáticos intermitentes del fuego que genera aire caliente que en contacto con el frío lo hace volar (desconocía ese principio, pero acabo de mirarlo en Google) ¡qué sería de nosotros sin Google!. Los tripulantes se asomaban al borde de la barquilla que, a mí, más bien, me parece una cesta. Por cierto, estos globos empezaron a funcionar en el s XVIII. Hay que ver cuánto se aprende a partir de salir a caminar inocentemente un domingo por la mañana. Cuando me alejaba, el globo aterrizó suavemente mientras un todo terreno con remolque atrochaba por un barbecho para cargar con el globo, los aparejos y los tripulantes, supongo (no creo que volvieran a su casa andando después de haber volado). Muy aerodinámico y colorido todo, hoy, domingo por la mañana.