6 SEPTIEMBRE 2025

© 2025 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2025
Localizacion
LA LEY DEL DESEO, Pedro Almodóvar (1987)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2025-09-06
Referencia
11030

COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 94.2
¿Qué es el Kitsch? De entrada, una idea del arte que supone una falsificación del arte auténtico, o como mínimo su devaluación efectista; pero también es la negación de todo aquello que en la existencia humana resulta inaceptable, oculto detrás de una fachada de sentimentalismo, belleza fraudulenta y virtud postiza. El kitsch es en tres palabras, una mentira narcisista, que oculta la verdad del horror y la muerte: del mismo modo que el kitsch es una mentira estética –un arte que en realidad es falso-. El kitsch histórico es una mentira histórica –una historia que en realidad es una falsa historia”. Javier Cercas
Viernes, cinco de septiembre de dos mil veinticinco

… Ayer jueves decidí, como homenaje a Eusebio Poncela, revisar alguna de sus películas y entonces apareció, como opción más significativa la década de los ochenta, la más prolífica suya en cine. Me decidí por La Ley del deseo (1987), en la que le recordaba con una presencia esplendorosa. El problema de esa elección estribaba en la película en sí: el director era el inefable Pedro, autor que tengo vetado para mi retina y sensibilidad desde aquella época y, radicalmente, a partir de los noventa inclusive porque ya no pude soportar tanta caspa melodramática y estética que vivía como una afrenta, un insulto al buen gusto.
Desde anoche me ratifico con más convicción si cabe en lo que ya sabía: el “divino” Pedro es uno de los directores de cine más sobrevalorado de la historia, y no solo del cine español sino del universo todo: por sus farragosos y toscos guiones; por su estética chirriante y cutre; y por haber realizado una obra aburridísima y previsible de corte naturalista y popular. Pero esas no son las principales razones de la impostura, las hay mucho peores, como ser un autor pretencioso y narcisista careciendo de la capacidad y talento para ahondar con credibilidad en el alma humana. Combina dos factores que son radicalmente refractarios: el melodrama y la tontuna superficial y enfática, con lo que consigue que cualquiera de sus pretenciosas historias sea recurrente y reiterativa. En algún momento debió creerse el Bergman manchego y claro, pasó lo que tenía que pasar, que su cine sea patético y risible.
Me estoy apartando de lo que pretendo: comentar La ley del deseo, que vi anoche.
Se trata de una película de época (ochentera, madrileña y carnavalesca, ya deglutida por el tiempo); sí, en plena movida por la conquista de unas libertades a las que ya llegábamos tarde.
La figura del director de cine protagonista, trasunto obvio del propio Pedro, Poncela, elegido por la belleza que él no tenía, claro, se desenvuelve a trancas y barrancas en medio de una realidad urbana feísta (salvo por las coloridas camisas que luce Eusebio), loando la homosexualidad como opción encantadora y casi imprescindible para estar en la “onda” de la modernidad (prolegómenos del orgullo gay y todo lo que vino después), incluida la transexualidad de quirófano; el incesto de oídas que mete en la propia familia protagonista y un triángulo amoroso homosexual melodramático con alma de sainete.
No contento con ese disparatado refrito de argumentos con “mensaje” (se trata de un autor “adoctrinador”, martillo de herejes porque da por hecho que maneja verdades absolutas), que más que cosidos están remendados con alambre de puro burdos. Para sellar la peliculita como producto progresista integral incluye calderilla ideológica tendenciosa: la pederastia clerical; el supuesto señorío andaluz; la prepotencia de la policía y la guardia civil de tricornio; la beatería de rosario con un altar y todo, que supongo que no se trata de un sarcasmo, sino que estos personajes salidos de la más rancia cultura popular son muy de beatería mariana y profusa quincalla. Esto solo lo supongo, porque no lo sé.
La traca final, tan propia de estos engendros, incluye el estallido de una máquina de escribir como si fuera una bomba, efecto metafórico del daño que puede causar escribir (desde luego si son guiones como el de la película, por supuesto). No sé cómo pude aguantar tanto absurdo nada menos que a lo largo de más de hora y media. Menos mal que en la historia participó una Carmen Maura pletórica de gracia y desenvoltura.
Fue un duelo con sentido por Poncela; y estúpidamente soportado por el delirium tremens que es la película toda… ¿Qué es el Kitsh? Lo contesta formalmente Cercas en la cita de introducción. Y yo, además, añado: el Kitsh, por si no lo sabías, eres tú, Pedro…
La Fotografía: Con este engrudo incomestible monta una tragicomedia inverosímil y nos lleva hasta los momentos-cumbre del trágico final, donde los protagonistas gais bailan abrazados y desesperados mientras tararean un bolero acompañando a la banda sonora de la película (nunca había visto semejante espanto). Y, como colofón, un suicidio desgarrador por desamor y malentendidos.
PS. Una vez escrito esta diatriba contra el cine del autoproclamado divino “manchego” he de decir, en honor a la verdad, o al menos que la que a mí se me antoja como tal, que sensual y eróticamente, en esta película por lo menos (he visto pocas, está vetado en mi gusto y aficiones), está superior y creíble, sugestivo y hasta excitante: el baño con manguera municipal de Carmen Maura, es de un  gozo contagioso; y, las escenas amorosas y homoeróticas entre Poncela y Banderas son creíbles y arrebatadoras. Algo tenía que haber en una de sus mejores películas, a pesar de todo.

Pepe Fuentes ·