LOS DÍAS 28
“Soy un hombre anodino, rutinario. Vivo en estrecha intimidad con la costumbre, la dulce costumbre…”. Ángel Olgoso
Sábado, seis de septiembre de dos mil veinticinco
Anoche vi una película de sumo interés a priori: Los fantasmas de Goya, de Milos Forman (2006), absolutamente decepcionante a posteriori. Artificiosa y malísima, con un Javier Bardem sobreactuado todo el metraje encarnando a un personaje untuoso y repugnante (el padre Lorenzo, un maligno ejecutivo de la Inquisición); es más, lo anecdóticamente bueno fue la elección del actor para interpretar a Carlos IV (Randy Quaid) que resultó ser el propio rey resucitado. De la reina, mejor ni hablar. Guion decepcionante por previsible y puesta en escena que avanza abruptamente, sin sutilezas, en la que solo se salva el personaje de Goya (Stellan Skarsgard). Natalie Portman, deambula por la historia como un espectro, hecha un asco. Belleza y talento desperdiciados. El núcleo dramático gira en torno a la inquisición, de quita y pon, como tétricamente fue.
Antes vi el final de El cuarto poder, de Richard Brooks (1952), con Humphrey Bogart, esplendidos todos y, por supuesto, la película.
Desde que ha muerto Mi Charlie me despierto varias veces en la noche, a horas que no entiendo por absurdas: a la una y cuarto o a las tres y veinte, por ejemplo. Me quedo mirando al techo que no veo, preguntándome por qué ha tenido que morir mi perrito tan pronto; o el porqué de mis intempestivos insomnios. Me desespero por una cosa y otra.
Me levanté a las siete y media sin saber qué hacer, por decir algo, porque saber si qué lo sabía. Se me cruzó la idea de ir a pasar el día a Almagro, pero con las pocas ganas que tengo de vivir, esa ciudad me pillaba lejos (para malvivir, mejor cerca).
Me dije: mejor mañana, porque los domingos son más de ir a sitios así, y hacer una visita turística y comer en la plaza y, en fin, hacer las cosas que hacen los domingueros que confían en la vida y en sí mismos. Un domingo, yo podría ser uno de ellos por variar y para mí “dicha”.
Como mi deber por la mañana (el único que tengo) es caminar, me he echado a la calle a las ocho y media y he decidido ir a la ciudad, rodeándola primero por si lúcidamente me arrepentía y me volvía, evitando así darme de bruces con la gente caminando por las calles. Sin embargo, he seguido circunvalando con lenta determinación sin poder evitar a caminantes viejos como yo. Me he cruzado con mujeres y hombres de aspecto físico que no me apetecía ver y ni siquiera mirar. Paisanos a los que no conocía (aunque toledano, cuando salgo a caminar aquí es como si lo hiciera en Zamora, pongo por caso), gentes de caras macilentas, pálidas, aburridas y pantalones cortos (yo, lo mismo). Algunos más jóvenes, pero esos pertenecen a otro mundo, como los japoneses que toman fotos panorámicas de la ciudad. No miré ni a unos ni a otros.
Los bultos humanos en general, que iban y venían, eran visiones poco interesantes, porque eran como si me viera a mí mismo desde fuera y esa es una sensación muy desagradable. Prefiero la soledad de los caminos porque así no me veo.
Una vez circunvalé la vieja ciudad entera, desde el otro lado del rio, he entrado en ella por el sur, cruzando el puente San Martín. He subido por la bajada de ese nombre, calle Real, Buzones, Plaza Santo Domingo el Real, Carmelitas descalzos, calle Alfileritos y Plaza de Zocodover.
Después de un rato en la plaza, decidí volver a mi casa porque eran casi las once y me estaba acordando mucho de Mi Charlie, al que ya no veré nunca más, y eso era mejor hacerlo en mi patio de clausura, donde nos echábamos cada uno en una tumbona a dejar pasar el tiempo, el uno al lado del otro. Pensábamos mucho ambos en esas horas de silencio.
He tomado el Arco de la Sangre y he bajado por la calle Cervantes, hasta la esquina del Museo de Santa Cruz donde he girado a la izquierda y me he dirigido a la plaza de la Concepción, sin ningún propósito. Toda mi vida, siempre que he llegado a esa esquina me he preguntado: ¿por la Concepción o por Cervantes? Y unas veces opto por la calle sin escaleras y otra por la plaza con ellas (me gusta un poco más esta). Cuestión de impulso, nada más. Esta vez tocó la plaza, y en ella, el Museo Cromática, que no había visto todavía, y justo hoy por la mañana pensé que era el momento, a pesar de que no llevaba la cámara (sí la del móvil). Decidí entrar a ver lo que exponían en ese sitio, Ni siquiera lo sabía, pero eso lo contaré otro día…
La Fotografía: Me senté en un pretil de Zocodover a ver qué hacía la gente y a descansar, sin estar cansado. A la gente ni la he mirado, enseguida me he dado cuenta de que no me interesaba en absoluto lo que hicieran. Me largué unos minutos después.