Diario de mi Felicidad 12
“El acierto o desacierto en avanzar hacia ella radica en algo tan sencillo y complicado al mismo tiempo, como aprender a satisfacer los deseos adecuadamente, para lo cual se requieren dos cosas, libertad y sabiduría. Son los dos elementos que han acompañado siempre a la reflexión filosófica sobre la felicidad”. Victoria Camps
Jueves, dieciocho de septiembre de dos mil veinticinco
Hoy me he despertado a las cuatro de la madrugada. Cualquier día lo haré antes de dormirme, como si se diera la vuelta del revés el tiempo.
Ahora, son las cinco de la mañana y me encuentro en mi estudio de clausura, con 26º de temperatura (perfecta), la puerta abierta a mi terraza que es particular. En la calle, un silencio sepulcral, pero no en mi estudio porque está sonando un miserere renacentista que eleva mi estado de ánimo hasta la zona del vértigo, donde casi me falta la respiración de gozo. No necesito nada, ni siquiera sexo, y por supuesto ninguna compañía porque entorpecería mis sentidos que respiran con avidez tanto placer. Y entonces me hago la pregunta mágica: ¿pepe, tío, eres feliz? Y me contesto con una convicción atronadora: Sí, lo soy, mucho y en este preciso instante… A media mañana, ya veré cómo va todo.
Escribo y eso me divierte, pero como lo hago bastante mal, tengo que corregir varias veces, y aun así…
Está bien eso, porque resulta que me entretiene mucho más corregir que escribir. A veces, los caminos de la felicidad son tortuosos: me veo obligado a escribir mal (eso me sale solo), para luego gozar corrigiendo (tan absurdo como provocar problemas para disfrutar arreglándolos). Por eso tendré que seguir con el bucle de causa y efecto y así no morir nunca. Es un ciclo virtuoso que me asegura la inmortalidad sino feliz, al menos entretenida.
Veamos, y ahora muy en serio: soy feliz porque he construido un mundo (escribir y corregir), que conjura y aleja la desgracia de la infelicidad. Creo a Victoria Camps cuando dice que la felicidad hay que ganársela trabajando: “La lección que se extrae de las enseñanzas de los filósofos es que la felicidad, en efecto, es el mayor bien. Pero un bien que exige esfuerzo, paciencia y perseverancia. Por eso hay que insistir en que la felicidad es, más que nada, una búsqueda. No es una tarea fácil ni una especie de destino que nos aguarda y que llegará inevitablemente”.
Llevo tres días estupendamente, sin que me haya vuelto el profundo desaliento del domingo.
Hoy tendría que haber ido a Madrid, por la tarde, a conocer a una mujer candidata a conquistar mi corazón y yo el suyo (eso será lo más difícil porque ya no gusto a las mujeres). El encuentro se ha aplazado a la semana que viene por un imponderable que le ha surgido a ella. Puede que haya conocido información privilegiada sobre mí y se haya dado a la fuga. Ya me enteraré. ¡Va, a estas alturas ya me da igual!
Cada día constato con mayor tristeza que las mujeres y yo, ahora, no habitamos el mismo mundo. Vivimos en planetas alejados y probablemente giremos en torno al sol en sentido inverso y choquemos cualquier día con trágicas consecuencias. Hubo otros momentos en el tiempo que ellas y yo coincidíamos en el mismo valle perfumado y éramos felices. Ya no. Imposible.
No pasa nada, todos, mujeres y hombres, haremos lo que necesitemos para ser felices o al menos no demasiado desgraciados, aunque a partir de una cierta edad sea imposible que nos encontremos. La felicidad estará en otra parte, supongo. Tal vez en el sexo posmoderno (descomprometido) ¿por qué no?
La Fotografía: El final de la fiesta, de Fernando Botero.
“No es un asunto de hombre o mujer. Es cuestión de punto de vista. A mí siempre me ha gustado el sexo. El amor es otra cosa. Me ha sucedido con mujeres que me gustaban mucho sexualmente. Pero sólo era ese momento. Sería una complicación inútil si además de sexo se mezcla amor, cariño, buenos sentimientos. ¿No te ha sucedido? Pedro Juan Gutiérrez