DIARIO DEL ESPANTO 1.1
“Todo lo espantoso y terrible fascina al ser humano y en ocasiones puede inducirle a la emulación”. Ernst Jünger
Domingo, veintiuno de septiembre de dos mil veinticinco
Nuevo capítulo en el diario… Bienvenido, Espanto…
Creo que este apartado, en la distante orilla de mi diario, dará juego, se manifestará con mayor frecuencia de la que me gustaría.
Anoche salí de mi casa, era sábado y hacía meses que no me exponía a las inclemencias urbanas en fin de semana (ni ningún otro día, soy eremita).
Después de un largo periodo de tiempo en la clausura (a diferencia de mí, las monjas, como ya dije, tienen un recreo de una hora diaria, yo no), la pulsión o presión biológica, se impone y también necesito gritar como las monjas, pero de otra forma, supongo.
La necesidad viene marcada por imponderables físicos y psicológicos en una cadencia irregular, que suele ser cuando siento que la angosta castidad comienza a comerme las entrañas y el alma, perjudicando seriamente mi equilibrio psicosomático.
Mi propósito del sábado fue pura terapia placentero-epidérmico (el orden es intercambiable).
No siempre es seguro el beneficio: un periodo de paz espiritual y relajación muscular. Alguna vez, el resultado agrava las alteraciones que voy acumulando por tanta quietud y silencio y me sitúa en el centro mismo del espanto.
No fue el caso del sábado, porque predominó el aspecto terapéutico: ni bien ni mal, solo funcional.
Después de un tiempo, vuelta a empezar…
La Fotografía: Yo mismo, con mi gorra de visera de explorador del mundo, circunstancialmente del placer, pero también del espanto. Fotografía de la versión de invierno, pero no ayer que chaqueta no llevaba, pero por lo demás, igualito, igualito, en blanco y negro, claro, porque era de noche y todos los gatos éramos pardos.