LOS MICROVIAJES
Albacete y Jaén: día 2.2
Jueves, veinticinco de septiembre de dos mil veinticinco
… De Chinchilla de Montearagón hacia Alcaraz (99 km). Llegué en torno a las 12:30. Aparqué en la plaza Mayor, con las dos torres enfrentadas al fondo: la de la iglesia de la Trinidad y la del Tardón.
En la plaza Mayor había edificios singulares como la Lonja de Santo Domingo y la del Alhorí (s XVI), construcción plateresca, y la de la regatería, actual casino. Llegué a mediodía y todas las puertas se encontraban cerradas. Subí hasta el castillo, dos lienzos de murallas semiderruidas.
En fin, solo podía visitar la iglesia de la Trinidad. Entré. En diversas partes del templo se encontraban imágenes subidas a los pasos de procesión. Otras, en sus respectivos altares, y en una sala de regular tamaño un museo con distintas piezas y motivos expuestos, todos sobre la pasión y muerte de Jesucristo, desgarradamente sufrientes: Jesucristos, Vírgenes, Apóstoles y Santos al por mayor. Al fondo un claustro pequeño donde había restos arqueológicos. Nada me interesó especialmente (la tragedia ya me la sabía).
Me pregunté ¿sigo un rato más aquí, en Alcaraz, o me largo? Decidí irme al siguiente punto a visitar: Bogarra.
Eran horas bajas en mi deambular por pueblos de la provincia de Albacete, a los que me costaba llegar horas y cuando finalmente lo conseguía visitaba iglesias, ruinas de castillos y núcleos urbanos, y así una y otra vez, en el mejor de los casos de una antigüedad de en torno a quinientos años, como el caso de Alcaraz, pero previsibles hasta el desánimo.
En la zona podía haber buscado el singular y pintoresco nacimiento del río Mundo, estaba cerca, pero no me dio la gana ¿para qué? Para nada, había visto demasiadas fotos del agua precipitándose por pequeñas cascadas entre árboles. Me lo ahorré. Sí, como tantas cosas que son prescindibles en lo que en ese momento se me antojaba como odioso y cansado Microviaje.
Pero qué puedo hacer si no, para no morir mañana. Y yo qué sé. Son momentos en los que pienso en la muerte como un descanso absoluto de tanto agotador y molesto desaliento. Ayer mismo, viernes, tres de octubre, hace justo un mes que murió Charlie, del que me acuerdo cada día con inmensa tristeza. Pensé cómo sería idealmente mi momento final: en plena consciencia, tumbarme en mi cama para morirme, cerrar los ojos lentamente e ir perdiendo la consciencia. Tan sencillo como ese natural y decisivo gesto, que tanto se parece a un suicidio elegido.
Así debió morir Charlie… Agradeció moviendo el rabo instintivamente que Naty se despidiera de él (yo no pude, cobardemente). Estoy seguro de que en ese momento sabía que ya no se levantaría, por mucho que se diga que los perros no son conscientes de la existencia de la muerte…
La Fotografía: La iglesia católica resulta a veces entretenida, con sus arquitecturas singulares y espectaculares. La disposición de las dos torres de la Plaza Mayor de Alcaraz (renacentistas), inexplicablemente juntas, probablemente dieron sentido estético a todo mi día. Con pocas dudas pienso que la religión católica y su máxima expresión artística, filosófica y existencial, el cristianismo por su vertiente trágica, es la mejor y más fructífera religión del planeta. Probablemente, las religiones mitológicas fueron las de mayor contenido mistérico, poético y literario, pero la católica se desarrolló con otros valores más propicios para su expansión y perdurabilidad porque supieron conjugar lo imposible con lo tangible: el arte, el poder y el dinero. Esa combinación ha resultado imbatible durante tanto tiempo porque generó cultura e intereses humanos a lo largo de milenios (y mucho entretenimiento). Estoy infinitamente agradecido al catolicismo porque me permite hacer Microviajes con causa y así ir tirando sin tener que tumbarme a morir sin que nadie me despida.