Diario de la Soledad (seis y dos)
“El Montaigne de hoy no se parece al de ayer y también que el hombre solo puede desarrollarse por fases. Por estados y en detalles. Pero todo detalle es importante, precisamente un pequeño y fugitivo gesto enseña más que una actitud rígida. Se analiza al ralentí, descompone lo que parece un movimiento, una unidad en una suma de movimientos de cambios. Así nunca termina el análisis, se queda en una búsqueda eterna”. Ensayo biográfico sobre Michael de Montaigne. Stefan Zweig
Domingo, cinco de octubre de dos mil veinticinco
… Pues sí, tal y como preveía, el fin de semana ha sido solitario (ahora, domingo por la tarde, está confirmado).
La soledad es necesaria, imprescindible diría, pero siempre que sea elegida, sino es una circunstancia que afea mucho la vida; aunque lo contrario puede hacerla molestísima.
Es una contradicción insuperable: en compañía deseas estar solo, y lo contrario. Esto me suena muy elemental. Lo es, sin duda.
Nunca he sabido manejar o entender mi relación con la soledad. Ahora recuerdo que, cuando vivía con mis padres en fincas apartadas, pero sobre todo hasta los catorce años, fue una circunstancia especialmente dolorosa. En aquellos años necesitaba obsesivamente la presencia de alguien conmigo para compartir cosas qué hacer, es decir otros muchachos de mi edad. También soñaba con las niñas, eso me ha pasado siempre: primero niñas, luego jóvenes, después mujeres y hasta ahora, que en el colmo del deterioro cognitivo hasta con viejas sueño. Cuando me despierto constato que esas viejas de mis sueños no existen, al menos en la versión motivo de mis ensoñaciones (la versión original es sensiblemente peor que la soñada).
Después de la juventud, inmerso en la vida en familia (descubrí enseguida que no tenía vocación), esa imperiosa necesidad se diluyó en sus formas y necesidades imperativas. Me convertí en lo más cercano que he estado nunca de la normalidad, dentro de lo que cabe, claro.
Por qué relato esto ahora, circunstancias corrientes y comunes a casi todo el mundo, sencillo: porque quiero saber para mejor gestionar mi vida (si me desconozco ninguna solución podré adoptar, viviré con una venda en los ojos y no pararé de equivocarme o golpearme con los obstáculos, que cada día son más).
Si parto de la premisa de que lo vivido en la infancia y primera juventud queda indeleblemente grabado en el ser posterior; solo puedo concluir que soy alguien que necesita compañía para estabilizarme, o al menos para rechazarla que también da mucho sentido a la vida.
Estoy terminando esta entrada el lunes por la mañana, que ha amanecido nublado. Predicción meteorológica anímica de la semana: los primeros cuatro días permaneceré en mi clausura casi in mover un músculo; el viernes tengo teatro, en mi ciudad y en primera fila: Borges y yo, recuerdo de un amigo futuro (textos del propio Borges), versión y dirección: Hanna Schygulla y Andrea Bonelli. Me interesa mucho la presencia de Schygulla en el espectáculo porque la recuerdo como actriz cautivadora y sensual (me provocaba sueños húmedos en los setenta y ochenta), en las películas de Fassbinder. También me asombra que permanezca activa (tiene diez años más que yo, y desde luego, yo ya estoy muerto). Será interesantísimo conocer su trabajo de ahora.
El sábado o domingo visitaré Estampa, en Ifema, feria de arte contemporáneo, que tanto me “pone”.
Por cierto, la entrada cuesta en torno a 20 €, pero a mí me dejan pasar gratis por viejo (más de 65). No sé si me gusta o, todo lo contrario, más bien esto último: odio las prebendas conmiserativas por haber cumplido años, lo que nos sitúa a los viejos en la excepción y la marginalidad.
La Fotografía: Viejos chochos (pero ricos), vistos por Roy Andersson en una de sus películas: Una paloma se posó sobre una rama a reflexionar sobre la existencia (2014).